domingo, 12 de octubre de 2025

OVNIS: ¿QUIÉNES NOS VISITAN REALMENTE?

 






En la eterna discusión sobre los OVNIS, persisten algunas preguntas que siguen sin estar claras: ¿por qué “ellos” se dejan ver? Y, aún más inquietante, ¿cuáles serían sus verdaderas intenciones?

La teoría de la Distorsión plantea una visión distinta a las interpretaciones tradicionales. Desde este enfoque, las supuestas “naves” que miles de testigos aseguran haber observado no serían necesariamente objetos físicos independientes, sino complejas interfaces simbólicas entre el fenómeno y los testigos. Lo que observamos durante un encuentro ovni sería una especie de decodificación, puente entre lo externo e interno, que intenta hacer comprensible mediante imágenes o arquetipos algo que no pertenece a nuestra realidad habitual. Por tanto, podríamos decir que lo visualizado se adapta, a través de nuestros propios filtros, a cada época, a nuestra cultura y a nuestras expectativas colectivas, funcionando como un vehículo para transmitir un mensaje “humanizado”.

De este modo, en la Edad Media lo inexplicable se manifestó como visiones de ángeles, demonios y otras criaturas forteanas. En el siglo XIX, bajo el influjo de la revolución de los globos y dirigibles, los cielos se poblaron de misteriosos airships. Y con la fulgurante era espacial, a mediados del siglo XX, llegaron los icónicos “platillos voladores”. Y en el siglo XXI, el fenómeno adopta formas más cercanas a nuestra imaginación contemporánea: drones, luces inteligentes o simplemente como inteligencias no humanas.

Por tanto, tendríamos que replantearnos si todo esto que hemos etiquetado como encuentros con civilizaciones avanzadas, serían en realidad una suerte de proyecciones culturales que el fenómeno utiliza para interactuar con nuestra mente.

La misma perspectiva ayuda a responder otra de las grandes incógnitas: ¿qué intenciones tendrían estos supuestos visitantes? La teoría de la Distorsión no contempla la existencia de múltiples razas alienígenas orbitando nuestro planeta cada una con sus propósitos e intenciones, una hipótesis que, además, resultaría estadísticamente improbable. Lo que interpretamos como “civilizaciones benevolentes” o “guías cósmicos” sería, más bien, fruto de nuestro intento por dotar de sentido a un fenómeno que parece absorber, reflejar y amplificar los arquetipos humanos en un proceso de cocreación que trasciende los límites de lo imaginable. Estas manifestaciones no son entes fijos ni autónomos, sino expresiones permeables a nuestra propia percepción, modeladas por la interacción, la expectativa y el filtro cultural de cada observador.  Así, el fenómeno no se presenta como bondadoso ni maligno, sino esencialmente neutral, moldeado por el observador y su contexto cultural. No se trataría de una invasión ni de un plan cósmico oculto, sino de un espejo en el cielo que refleja de manera distorsionada lo que el ser humano teme, espera, anhela e imagina de unas fuerzas que no comprende y con las que lleva lidiando de los albores de la humanidad. Mientras tanto, en un plano más sutil, quizá en la trastienda de esas hipnóticas puestas en escena, el fenómeno podría estar operando de manera silenciosa, provocando transformaciones psicológicas y perceptivas en los individuos. Estos cambios, difíciles de detectar en lo inmediato, podrían estar gestando una lenta pero profunda reconfiguración de la conciencia. Más que un fenómeno colectivo en sentido estricto, aunque inevitablemente también lo roce, parece operar en la intimidad de cada individuo, en ese espacio interior donde se entrelazan la percepción y la experiencia de lo trascendente.

Quizás su propósito no sea tanto transformar a la humanidad como un todo, sino acompañar, provocar o catalizar un proceso de actualización interna en quienes logran conectar con esta realidad. Es como si el fenómeno buscara un diálogo personal, una conversación silenciosa con la mente y el espíritu de cada ser humano dispuesto a mirar más allá de los límites de su propio mapa de realidad.

Así, en su aparente neutralidad, el fenómeno actúa como un disruptor dinámico que estimula en cada uno la posibilidad de expandir la conciencia, de repensarse, de recordar algo que siempre ha estado ahí, esperando ser reconocido. Quizás conectar con su propia alma. Lo que nos hace humanos.



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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