La
casuística ufológica está repleta de eventos sin par. Casos que ocurren como
estallidos únicos de una realidad quimérica que se abre paso ante los testigos
con una arrolladora fuerza visual. Definitivamente los encuentros cercanos con
OVNIS carecen en su mayoría de memoria. La información del fenómeno,
inexplicablemente, no se traslada de un sitio a otro. No encontramos asideros
en los que sostener nuestros planteamientos. Y es que más allá de cualquier
conclusión somera o desvirtuada que podamos realizar sobre estas apariciones
dejándonos seducir y arrastrar por la imagen hipnótica que nos trasmiten las irrupciones
de naves y seres, las manifestaciones OVNIS son extraordinarias y desconocidas
singularidades espacio temporales que brotan en determinados lugares y ante
escogidos testigos para no volver a reproducirse jamás. Como si nunca hubieran
existido más allá de ese instante. Cómo si no tuvieran vida más allá de ese
fugaz contacto con los observadores. Y aunque la mayor parte de la literatura
OVNI se vertebra alrededor de una misma idea, un mismo concepto, la visitación
alienígena, su desarrollo es impredecible e intransferible, como si el
paradigma ante el que estamos expuestos pudiera personalizarse al interactuar
con los testigos. Que los platillos volantes se puedan detectar en el radar o
que dejen huellas en sus eventuales aterrizajes no puede nublar nuestra razón a
la hora de catalogar estos fenómenos. Las evidencias físicas de estas
experiencias y su aparente escenografía tecnológica no deben conducirnos a
conclusiones apresuradas. Los encuentros cercanos no son lo que aparentan, más
bien debemos interpretarlas como complejas singularidades espacio temporales, cuasifísicas,
pero enmarcadas dentro de una realidad cognitiva inmersiva, arquetípica y ancestral.
JOSE ANTONIO
CARAV@CA
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