domingo, 13 de julio de 2025

DISTORSIÓN: LO QUE SE OBSERVA NO ES LO QUE ES, SINO LO QUE PUEDE SER COMPRENDIDO



Tras más de treinta años dedicados al estudio del fenómeno OVNI, analizando cientos de encuentros cercanos he llegado a unas conclusiones que trastocan por completo los marcos habituales con los que solemos abordar esta realidad esquiva. Tengo meridianamente claro que no es únicamente una cuestión de "platillos voladores" o "seres del espacio exterior". Es algo mucho más complejo e íntimamente ligado a la psique humana pese a la controversia que suele originar este tipo de vinculaciones. 

Para empezar debemos tener claro que no estamos simplemente ante naves procedentes de lejanos planetas, ni ante una civilización alienígena que nos observa parapetada tras una tecnología avanzada. Lo que realmente se manifiesta ante el testigo es la irrupción de una realidad desconocida, de una alteridad radical que, sin embargo, se viste con ropajes familiares. Utiliza lo humano para llegar hasta nosotros. Lo que los testigos describen como un encuentro con entidades no humanas —ya sean extraterrestres, seres de luz o apariciones marianas— parece ser, en realidad, una manifestación que interactúa con la mente del observador, generando una experiencia moldeada por sus creencias, cultura y contexto histórico. Es decir, el fenómeno se "filtra" a través del inconsciente del testigo, creando una especie de escenografía simbólica adaptada a su marco de referencia. No estamos, por tanto, ante simples alucinaciones ni ante contactos convencionales con seres de otros mundos. Estamos ante potentes experiencias visionarias moldeadas por arquetipos, estereotipos y códigos culturales. 

He denominado a esta hipótesis como la Teoría de la Distorsión, porque apunta a un proceso en el que la realidad que experimentan los testigos no es una "realidad objetiva" en bruto, sino una manifestación distorsionada, mediada por el psiquismo, que se conforma con elementos visuales y simbólicos que resuenan en el interior de cada persona. Lo que se observa no es lo que es, sino lo que puede ser comprendido, lo que se adapta a nuestra estructura mental y cultural. Por tanto podría decir que es un fenómeno que se personaliza para su contacto con cada observador, lo que llevaria a experiencias únicas e intransferibles.

Las entidades descritas en estas experiencias no son entidades fijas, sino formas plásticas, maleables, que toman una apariencia comprensible para cada testigo lo que explicaría la enorme diversidad registrada a lo largo de las décadas. La misma sustancia visionaria que dio forma a ángeles en la Edad Media, demonios en el siglo XVII o hadas en los bosques celtas, hoy adopta la forma de alienígenas grises y naves metálicas. Lo más fascinante es que, a pesar de su carácter íntimo y subjetivo, muchas de estas experiencias dejan huellas físicas, psicológicas y emocionales reales en quienes las viven. Esto nos lleva a pensar que no estamos ante un simple fenómeno mental. Hay una interacción genuina con el entorno, aunque esta se nos presenta a través de un velo de percepción. Este fenómeno, aunque privado y personal —aun en los casos en que es compartido por varios testigos—, puede llegar a alterar profundamente el psiquismo humano. No es extraño que quienes lo experimentan sufran una transformación interna, espiritual o emocional, como si hubieran entrado en contacto con algo que desafía su comprensión racional.

Estas manifestaciones operan desde un estrato que parece trascender el tiempo y el espacio tal como los entendemos, y su irrupción suele ir acompañada de profundos estados alterados de conciencia en los observadores. Muchos testigos narran cómo, durante los encuentros, el tiempo se detiene o se distorsiona, cómo los sonidos desaparecen o se atenúan, o cómo el entorno parece desconectarse del mundo habitual. Esta llamada "campana de silencio", ese aislamiento sensorial, emocional o incluso físico que rodea a los encuentros, no es un mero efecto secundario, sino una pista clara de que entramos en una zona liminal de la experiencia, donde la percepción ordinaria se disuelve.

Lejos de tratarse de alucinaciones sin base, estas experiencias tienen consecuencias reales: transformaciones personales profundas, efectos físicos, alteraciones emocionales y cognitivas que perduran mucho más allá del evento inicial. Algunos testigos afirman haber despertado facultades latentes —percepción extrasensorial, intuiciones más agudas, sincronicidades, capacidades intelectuales o artísticas— que antes permanecían inactivas. El fenómeno actúa como un catalizador, como un disparador de potenciales ocultos en la estructura psíquica humana.

La alta extrañeza que caracteriza a tantos casos —esa combinación de lo absurdo con lo profundamente significativo, lo aparentemente extraordinario con lo mundano— no es casual. Es una señal de que el fenómeno opera en los márgenes de nuestra comprensión, desde un nivel imaginal que no es ni enteramente interno ni externo, sino una intersección entre la conciencia y lo manifestado. Es allí donde los arquetipos cobran vida, donde lo "desconocido" adopta la forma que el testigo está preparado, consciente o inconscientemente, para recibir.

Desde mediados del siglo XX, hemos etiquetado estas experiencias como "encuentros con civilizaciones extraterrestres", pero esa podría ser solo una relectura moderna de los viejos mitos y símbolos que han acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Los "extraterrestres" serían entonces una actualización cultural de los viejos dioses, vírgenes, genios o espíritus que antaño se manifestaban a través de sueños, visiones y milagros.

Aquí es donde el fenómeno se cruza con el folclore. Porque aunque hoy hablemos en términos de "visitantes", "tripulaciones" o "tecnología no humana", lo que se nos presenta no difiere tanto de las historias de hadas que raptaban a campesinos, de djinns que se aparecían en los desiertos, o de voces angélicas que dictaban mensajes a los elegidos. Lo sobrenatural o milagroso, ha sido sustituido por una tecnología casi divina. El OVNI no es más que el contenedor contemporáneo de lo prodigioso, una actualización cultural de un fenómeno tan antiguo como el hombre.

En resumen, lo que propongo con la Teoría de la Distorsión es una forma de mirar el fenómeno OVNI: como una experiencia simbólica y cognitiva, cincelada por la mente humana, pero que no por ello deja de ser profundamente real en su impacto y en su esencia.

Hay algo ahí fuera, sin duda. Pero lo que vemos no es lo que es. Es lo que podemos comprender.



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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