domingo, 2 de noviembre de 2025

¿SON LOS OVNIS UN PARADIGMA COGNITIVO CUYA REALIDAD FISICA ES SOLO PRODUCTO DE UN EPIFENOMENO?

 





Desde hace décadas numerosos investigadores creen que el fenómeno OVNI se parapeta detrás de un excelso camuflaje para engañar y manipular a los testigos con fines y propósitos que no comprendemos. Lo hizo hace siglos con las manifestaciones de hadas, duendes, criaturas sobrenaturales y apariciones marianas, y en pleno siglo XX logró mimetizarse bajo la etiqueta de visitantes extraterrestres. Pero; ¿estamos ante un fenómeno inteligente que elige a la perfección su rol para presentarte a los humanos? o ¿por el contrario estamos ante un desconcertante paradigma cognitivo que evidentemente se muestra con "disfraces" socioculturales presentes en cada época de su actuación?

Que todas la apariciones de entidades extrañas que a lo largo del tiempo han interactuado con el ser humano hayan sido tan eximias y "engañosas" en sus comunicaciones, y que hayan ofrecido tan pocas pruebas sobre su existencia, es un indicio muy interesante, y a tener muy en cuenta, de que todas estas insólitas manifestaciones puedan tener un mismo y único origen y sobre todo una incidencia directa sobre la psique de los testigos, lo que indicaría que lo que observamos no existe independientemente de los observadores, al menos en el resultado final de la manifestación que aparece ante nuestros ojos. Por lo que habría que distinguir en primer lugar entre el fenómeno (en origen), y lo manifestado frente a los testigos (los incidentes), que probablemente sean dos cosas bien distintas, como lo puedan ser el artista (la persona) de su obra pictórica (los cuadros).

Que el contenido de todas estas manifestaciones tenga un trasfondo tan humano (perfectamente reconocible), tanto en lo visual como en lo narrativo, es otra clave que nos indica la participación encubierta de la psique de los testigos en la conformación de las experiencias, ayudando a su elaboración de forma inconsciente. A casi nadie se le escapa el hecho de que los ufonautas tengan un guardarropa tan parecido al nuestro o que incluso tengan ordenadores, palancas o barandillas idénticas a las nuestras.

Además, es muy posible que la dificultad para documentar estos fenómenos tenga que ver con su naturaleza ambigua, situada a medio camino entre lo psíquico y lo físico. Eso hace que sea complicado obtener pruebas abundantes, incluso cuando su presencia se siente totalmente “real” e incuestionable para quienes la experimentan. Pero esto no significa que el fenómeno sea ilusorio ni que no pueda irrumpir en nuestra realidad de manera tangible, provocando efectos físicos y fisiológicos. Más bien actúa de un modo distinto a todo lo que conocemos, aunque sus consecuencias, a ojos del testigo, resulten tan reales como las de cualquier suceso ordinario. Quizá ahí, en esa extraña forma de manifestarse, esté una de las claves para comprender el paradigma OVNI.

¿Son los OVNIS un fenómeno cuya naturaleza escapa de los limites convencionales de nuestra dimensión cognitiva? No me refiero a una naturaleza interdimensional tal y como la defienden y conciben muchos estudiosos desde hace años, con entidades saltando a través de portales, sino que el fenómeno OVNI procede de zonas remotas a las que puede acceder nuestra mente en determinados estados de conciencia, independientemente que lo manifestado en esta exploración de una nueva “realidad” pueda hacerse momentáneamente visible y tangible en nuestra dimensión. Y es por la participación de nuestra psique que el contenido de todos los encuentros con seres y entidades tienen enormes implicaciones culturales humanas y aspectos sumamente absurdos y caóticos, como los ofrecidos por el universo de los sueños o, por ejemplo, incluso los trastornos mentales y los estados febriles. Pero esto no quiere decir, que los OVNIS sean algo estrictamente mental (entendido esto como algo irreal o ilusorio), sino todo lo contrario, pero es muy probable que su naturaleza pueda estar más cerca de la "materia" que componen nuestros sueños que a una chapa o tornillos de metal. Esto no resta ni misterio, ni extrañeza al paradigma, tan solo redirige la atención hacia otros aspectos más desconocidos y considerados sin importancia hasta la fecha. Siempre hemos pensado que lo material, lo tangible, lo medible, lo cuantificable, solo aquello que podemos meter en una probeta de laboratorio o tocar, es lo auténticamente real e incuestionable. Pero probablemente los encuentros con ovnis y otros hechos forteanos señalan en otra dirección.

Quizá exista otra forma de explorar el universo distinta de la estrictamente científica que hemos adoptado como única vía válida para entender lo que nos rodea. La presencia de los OVNIs y de otras anomalías similares sugiere algo inquietante e interesante a la vez: que la psique humana no es un simple producto biológico del cerebro, sino una puerta capaz de acceder a más información del universo de la que nos llega por los sentidos habituales. En ese estado ampliado, la conciencia parece interactuar con un fenómeno que muestra un comportamiento inteligente y que se nos presenta mediante una “escenografía” extremadamente flexible, moldeada en parte por nuestra propia participación. Y, a su vez, esa interacción encubierta de los testigos parece activar capacidades latentes dentro de nosotros.

Nos encontramos, por tanto, ante una manifestación que se mueve en una extraña dualidad entre lo psíquico y lo físico, lo que explica por qué resulta tan difícil obtener respuestas mediante los métodos convencionales. Solo cambiando la forma en que nos acercamos al fenómeno podremos aspirar a comprenderlo. Y quizá debamos aceptar que su dimensión física, tan valorada por muchos, podría no ser un atributo esencial del fenómeno, sino simplemente un efecto secundario de cómo este interactúa con nuestra psique dentro de nuestro entorno.

Ya que los OVNIs, en definitiva, serían porciones de una realidad que se “inserta” dentro de la nuestra, más estable y ordenada. Una realidad cargada de información sobre nosotros mismos y el universo que no termina de llegar hasta nosotros con claridad debido a las interferencias sensoriales. Esa traducción imperfecta es la que, a lo largo de la historia, hemos nombrado de mil maneras: OVNIs, daimones, ángeles, dioses… y extraterrestres…

 

 

 JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.



sábado, 1 de noviembre de 2025

EL FRACASO DE LA HIPÓTESIS EXTRATERRESTRE

 


Corría el verano de 1947 y el mundo, recién salido de la devastadora Segunda Guerra Mundial, miraba al cielo con una mezcla de esperanza y curiosidad ante el rumor de la llegada de unas extrañas aeronaves. En plena era atómica y con el sueño de conquistar el espacio, la idea de que otros seres pudieran llegar desde lejanos planetas era casi inevitable.

Los primeros testigos que dieron la voz de alarma describían “platillos volantes”, “naves con luces” o “máquinas en forma de cigarro”. Aquello tenía algo de industrial, casi mecánico. Eran tiempos en que lo “avanzado” era lo tecnológico, lo metálico, lo tangible, lo que podía tener “chapa y tornillos”. El hombre acababa de crear los primeros aviones supersónicos y cohetes intercontinentales, y la imaginación proyectó esas mismas ideas en los cielos.

La hipótesis extraterrestre (HET) nació en ese contexto: si veíamos máquinas desconocidas, debían venir de otro planeta. Era la interpretación más lógica dentro del paradigma científico y cultural del momento: un universo físico, medible y lleno de mundos habitables. En definitiva aceptar y abrazar la literalidad de los relatos sin cuestionar nada. A medida que la ciencia avanzaba, con el descubrimiento de exoplanetas, las misiones espaciales y el desarrollo de la astronomía moderna, la narrativa ovni se fue ajustando, remodelando. Los viejos relatos de “platillos volantes” procedentes de Venus o  Marte empezaron a sonar ingenuos frente a una civilización que ya lanzaba robots al árido plantea rojo y sondas más allá del sistema solar.

Los ufólogos de nueva generación entendieron que, si querían seguir siendo escuchados, necesitaban “evolucionar” e integrar nuevos matices a sus planteamientos. Y no bastaba con expandir los orígenes lejos de lo confines de lo conocido más allá de la frontera de Plutón. Sus defensores comenzaron a usar conceptos como dimensiones invisibles, universos paralelos o agujeros de gusano para explicar cómo los visitantes podían llegar hasta aquí sin vulnerar las leyes de la física conocidas. La hipótesis extraterrestre, antaño mecánica y tangible, se volvió algo más abstracta para no entrar en colisión con lo recogido en los archivos de los investigadores. 

Lo que en un principio surgió como una idea llena de expectativa fue tornándose en algo más sombrío a medida que se elaboraba un complejo entramado “teórico” en torno a esa premisa. Los presuntos visitantes no solo traían máquinas futuristas repletas de luces de colores, sino también propósitos. Y propósitos nada claros. Las proclamas iniciales de los contactados que avisaban que los alienígenas habían llegado para avisarnos del peligro nuclear quedó algo descafeinado. Las historias de abducciones empezaron a llenar los periódicos y libros a partir de los años 60, pero se desarrollaron sobre todo en los 80 del pasado siglo. Los extraterrestres, decían los ufólogos, parecían interesados en los cuerpos humanos, en su genética, en su reproducción. Mientras la ciencia de la época hablaba de ADN, clonación y evolución: el fenómeno ovni, siempre atento a los vientos culturales, adoptó ese mismo lenguaje. De pronto, los platillos ya no eran solo vehículos: eran auténticos laboratorios volantes de oscuras intenciones. Y los alienígenas se tornaron de Hermanos Cósmicos a fríos cirujanos espaciales, una especie avanzadilla de una civilización destina al colapso, que necesitaban resolver su trágico destino a través del ser humano. Con el paso de las décadas, y ante la dificultad de sostener las historias de naves físicas y seres tangibles, sin restos, sin evidencias sólidas, la hipótesis extraterrestre empezó a mutar. Ya no se hablaba tanto de visitas materiales, sino de viajes interdimensionales, entidades energéticas o seres espirituales. De manifestaciones que cruzaban la delgada linea entre lo paranormal y lo supuestamente tecnológico. El fenómeno parecía adaptarse a los tiempos: cuando la física cuántica, la psicología y la espiritualidad ganaban terreno en el pensamiento popular, los defensores de la HET incorporaron ese lenguaje para fortalecer los cimientos de su propuesta que comenzaban a resquebrajarse después de tantos años sin confirmación. Las abducciones pasaron de ser estudios médicos a experiencias más etéreas, los alienígenas operaban sobre lo intangible, y querían “diseccionar” el alma humana. Incluso algunos aventuraban que venía a “robarnos” o a “extirparnos” nuestra esencia como humanos.

Sin embargo, el mensaje de fondo seguía siendo el mismo. Por mucho que cambiara el escenario, el guión era el mismo: estamos siendo visitados por entidades extraterrestres. Solo variaba el envoltorio conceptual. Una tesis que se adapta a las épocas, por conveniencia y pocas veces por convicción. De hecho, la HET, en cualquiera de sus versiones, no alcanzaba a explicar la raíz del problema, limitándose a flotar sobre una vasta superficie de incidentes que no pensaba integrar en su corpus sagrado. Durante décadas, la hipótesis extraterrestre ha ido sorteando, como ha podido, las numerosas y profundas grietas que le abría la propia investigación ufológica. Cada vez que el obstáculo era insalvable, surgía una nueva versión de la HET, saltaba de casillero: Si no eran marcianos, serían seres de otros sistemas solares. Si no venían del espacio conocido vendrían de algún lugar en el tiempo. Si no eran del futuro, serían de otra dimensión. Si no eran físicos, serían espirituales. Pero siempre son entidades a bordo de naves. Así, la HET ha sobrevivido, o malvivido, dirían algunos, no gracias a su solidez empírica, sino a su extraordinaria capacidad de adaptación cultural. Sin embargo, nunca ha abandonado su esencia, ese núcleo de creencia que sigue ejerciendo un poderoso atractivo entre sus fieles y que, en última instancia, es el aliento que la mantiene con vida, que “Ellos” están aquí. Quienes quieran que sean “Ellos” …

Lo mismo daba que los extraterrestres ya no fueran seres biológicos, sino entidades interdimensionales o formas de inteligencia no local que se comunican a través de frecuencias, pensamientos o sueños. Todo valía para no abandonar el barco. A lo largo de su historia, la hipótesis extraterrestre ha demostrado una notable capacidad para mutar, adaptarse y sobrevivir. Pero en ese esfuerzo por seguir en pie, ha pagado un precio alto: renunciar a explicar los casos. Mientras la casuística ufológica se llenaba de episodios extraños, contradictorios e incluso absurdos, avistamientos imposibles, entidades que parecían burlarse de la lógica, mensajes que rozaban lo surrealista, los defensores de la HET preferían mirar hacia otro lado. En lugar de enfrentarse al misterio en su totalidad, eligieron simplificarlo: si algo aparecía en el cielo, debía ser una nave espacial; si alguien veía una figura humanoide, debía ser un visitante de otro planeta. El fenómeno, con su complejidad desbordante, fue forzado a encajar en un molde demasiado estrecho. Muy estrecho. 

Lo paradójico es que la ufología nació como una insurrección contra la férrea ortodoxia científica que negaba la existencia de los OVNIS, pero, al final, terminó creando su propias reglas inquebrantables. Los primeros ufólogos decían desafiar al pensamiento establecido, pero con el tiempo construyeron un sistema cerrado de creencias donde todo debía apuntar al mismo resultado: eran extraterrestres. Así, en vez de analizar los aspectos más perturbadores del fenómeno; su mutabilidad, su comportamiento casi teatral, su frecuente inmaterialidad, su carácter simbólico o psicológico, muchos prefirieron reescribir la realidad para que siguiera encajando en la narrativa alienígena. Cada vez que el fenómeno se volvía más extraño, la teoría se disfrazaba: Cuando los ovnis no dejaban huellas, se habló de “naves interdimensionales”. Cuando los testigos relataban experiencias oníricas, se les dio una explicación “cuántica” o de manipulación psíquica. Cuando las historias se contradecían, se apeló a “razones desconocidas de los visitantes”. Todo servía para no abandonar la idea central: los alienígenas. 

En los últimos años, la HET ha vuelto a reinventarse una vez más, incorporando a su discurso los conceptos de moda: los drones, la inteligencia artificial y las tecnologías autónomas. Lo que en los años cincuenta eran platillos volantes tripulados y en los noventa naves de energía o luz, hoy se describe como artefactos inteligentes, sondas autorreplicantes o inteligencias no humanas operadas por sistemas de IA avanzados. Esta nueva reinterpretación demuestra, una vez más, la asombrosa plasticidad del mito: su capacidad para asimilar los símbolos tecnológicos de cada época y vestirlos con ropaje alienígena. Así, la HET vuelve a respirar, camaleónica, alimentándose del imaginario contemporáneo para seguir insuflando vida a la idea, de los visitantes estelares. Sin embargo, los informes más desconcertantes, aquellos en los que los OVNIS parecían comportarse como si respondieran al pensamiento del testigo, o donde los “ocupantes” realizaban acciones absurdas, cómicas o ilógicas, o inclusive se arropaban de conceptos socioculturales humanos, siguen sin tener un lugar dentro del paradigma extraterrestre. Estos casos, que constituyen la médula de la llamada “alta extrañeza” del fenómeno, son los que más deberían haber interesado a la investigación. Porque son precisamente los que desafían cualquier explicación convencional, incluso la HET, y los que podrían ofrecer una pista real sobre la naturaleza del misterio. Pero en lugar de enfrentarlos, se les ha marginado. No encajaban, y lo que no encaja se silencia. Se destierra. La ciencia avanza cuando se enfrenta a las anomalías, cuando se atreve a estudiar lo que contradice sus modelos. La ufología ortodoxa, en cambio, ha evitado las anomalías para preservar su narrativa. Su objetivo no ha sido comprender el fenómeno, sino mantener viva una hipótesis por encima de todo. Y en ese proceso, el fenómeno OVNI, ese conjunto fascinante e impredecible de sucesos imposibles, experiencias subjetivas y fenómenos paranormales y forteanos, ha quedado reducido a una etiqueta: la HET. Lo que comenzó como una interesante búsqueda de respuestas se transformó en una defensa de una creencia. Quizás por eso, después de casi ocho décadas de investigación, seguimos sin saber qué son realmente los OVNIs. El fenómeno ajeno a estas controversias parece burlarse de nuestras categorías, adaptarse a nuestras expectativas y jugar con nuestras creencias.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.