sábado, 1 de noviembre de 2025

EL FRACASO DE LA HIPÓTESIS EXTRATERRESTRE

 


Corría el verano de 1947 y el mundo, recién salido de la devastadora Segunda Guerra Mundial, miraba al cielo con una mezcla de esperanza y curiosidad ante el rumor de la llegada de unas extrañas aeronaves. En plena era atómica y con el sueño de conquistar el espacio, la idea de que otros seres pudieran llegar desde lejanos planetas era casi inevitable.

Los primeros testigos que dieron la voz de alarma describían “platillos volantes”, “naves con luces” o “máquinas en forma de cigarro”. Aquello tenía algo de industrial, casi mecánico. Eran tiempos en que lo “avanzado” era lo tecnológico, lo metálico, lo tangible, lo que podía tener “chapa y tornillos”. El hombre acababa de crear los primeros aviones supersónicos y cohetes intercontinentales, y la imaginación proyectó esas mismas ideas en los cielos.

La hipótesis extraterrestre (HET) nació en ese contexto: si veíamos máquinas desconocidas, debían venir de otro planeta. Era la interpretación más lógica dentro del paradigma científico y cultural del momento: un universo físico, medible y lleno de mundos habitables. En definitiva aceptar y abrazar la literalidad de los relatos sin cuestionar nada. A medida que la ciencia avanzaba, con el descubrimiento de exoplanetas, las misiones espaciales y el desarrollo de la astronomía moderna, la narrativa ovni se fue ajustando, remodelando. Los viejos relatos de “platillos volantes” procedentes de Venus o  Marte empezaron a sonar ingenuos frente a una civilización que ya lanzaba robots al árido plantea rojo y sondas más allá del sistema solar.

Los ufólogos de nueva generación entendieron que, si querían seguir siendo escuchados, necesitaban “evolucionar” e integrar nuevos matices a sus planteamientos. Y no bastaba con expandir los orígenes lejos de lo confines de lo conocido más allá de la frontera de Plutón. Sus defensores comenzaron a usar conceptos como dimensiones invisibles, universos paralelos o agujeros de gusano para explicar cómo los visitantes podían llegar hasta aquí sin vulnerar las leyes de la física conocidas. La hipótesis extraterrestre, antaño mecánica y tangible, se volvió algo más abstracta para no entrar en colisión con lo recogido en los archivos de los investigadores. 

Lo que en un principio surgió como una idea llena de expectativa fue tornándose en algo más sombrío a medida que se elaboraba un complejo entramado “teórico” en torno a esa premisa. Los presuntos visitantes no solo traían máquinas futuristas repletas de luces de colores, sino también propósitos. Y propósitos nada claros. Las proclamas iniciales de los contactados que avisaban que los alienígenas habían llegado para avisarnos del peligro nuclear quedó algo descafeinado. Las historias de abducciones empezaron a llenar los periódicos y libros a partir de los años 60, pero se desarrollaron sobre todo en los 80 del pasado siglo. Los extraterrestres, decían los ufólogos, parecían interesados en los cuerpos humanos, en su genética, en su reproducción. Mientras la ciencia de la época hablaba de ADN, clonación y evolución: el fenómeno ovni, siempre atento a los vientos culturales, adoptó ese mismo lenguaje. De pronto, los platillos ya no eran solo vehículos: eran auténticos laboratorios volantes de oscuras intenciones. Y los alienígenas se tornaron de Hermanos Cósmicos a fríos cirujanos espaciales, una especie avanzadilla de una civilización destina al colapso, que necesitaban resolver su trágico destino a través del ser humano. Con el paso de las décadas, y ante la dificultad de sostener las historias de naves físicas y seres tangibles, sin restos, sin evidencias sólidas, la hipótesis extraterrestre empezó a mutar. Ya no se hablaba tanto de visitas materiales, sino de viajes interdimensionales, entidades energéticas o seres espirituales. De manifestaciones que cruzaban la delgada linea entre lo paranormal y lo supuestamente tecnológico. El fenómeno parecía adaptarse a los tiempos: cuando la física cuántica, la psicología y la espiritualidad ganaban terreno en el pensamiento popular, los defensores de la HET incorporaron ese lenguaje para fortalecer los cimientos de su propuesta que comenzaban a resquebrajarse después de tantos años sin confirmación. Las abducciones pasaron de ser estudios médicos a experiencias más etéreas, los alienígenas operaban sobre lo intangible, y querían “diseccionar” el alma humana. Incluso algunos aventuraban que venía a “robarnos” o a “extirparnos” nuestra esencia como humanos.

Sin embargo, el mensaje de fondo seguía siendo el mismo. Por mucho que cambiara el escenario, el guión era el mismo: estamos siendo visitados por entidades extraterrestres. Solo variaba el envoltorio conceptual. Una tesis que se adapta a las épocas, por conveniencia y pocas veces por convicción. De hecho, la HET, en cualquiera de sus versiones, no alcanzaba a explicar la raíz del problema, limitándose a flotar sobre una vasta superficie de incidentes que no pensaba integrar en su corpus sagrado. Durante décadas, la hipótesis extraterrestre ha ido sorteando, como ha podido, las numerosas y profundas grietas que le abría la propia investigación ufológica. Cada vez que el obstáculo era insalvable, surgía una nueva versión de la HET, saltaba de casillero: Si no eran marcianos, serían seres de otros sistemas solares. Si no venían del espacio conocido vendrían de algún lugar en el tiempo. Si no eran del futuro, serían de otra dimensión. Si no eran físicos, serían espirituales. Pero siempre son entidades a bordo de naves. Así, la HET ha sobrevivido, o malvivido, dirían algunos, no gracias a su solidez empírica, sino a su extraordinaria capacidad de adaptación cultural. Sin embargo, nunca ha abandonado su esencia, ese núcleo de creencia que sigue ejerciendo un poderoso atractivo entre sus fieles y que, en última instancia, es el aliento que la mantiene con vida, que “Ellos” están aquí. Quienes quieran que sean “Ellos” …

Lo mismo daba que los extraterrestres ya no fueran seres biológicos, sino entidades interdimensionales o formas de inteligencia no local que se comunican a través de frecuencias, pensamientos o sueños. Todo valía para no abandonar el barco. A lo largo de su historia, la hipótesis extraterrestre ha demostrado una notable capacidad para mutar, adaptarse y sobrevivir. Pero en ese esfuerzo por seguir en pie, ha pagado un precio alto: renunciar a explicar los casos. Mientras la casuística ufológica se llenaba de episodios extraños, contradictorios e incluso absurdos, avistamientos imposibles, entidades que parecían burlarse de la lógica, mensajes que rozaban lo surrealista, los defensores de la HET preferían mirar hacia otro lado. En lugar de enfrentarse al misterio en su totalidad, eligieron simplificarlo: si algo aparecía en el cielo, debía ser una nave espacial; si alguien veía una figura humanoide, debía ser un visitante de otro planeta. El fenómeno, con su complejidad desbordante, fue forzado a encajar en un molde demasiado estrecho. Muy estrecho. 

Lo paradójico es que la ufología nació como una insurrección contra la férrea ortodoxia científica que negaba la existencia de los OVNIS, pero, al final, terminó creando su propias reglas inquebrantables. Los primeros ufólogos decían desafiar al pensamiento establecido, pero con el tiempo construyeron un sistema cerrado de creencias donde todo debía apuntar al mismo resultado: eran extraterrestres. Así, en vez de analizar los aspectos más perturbadores del fenómeno; su mutabilidad, su comportamiento casi teatral, su frecuente inmaterialidad, su carácter simbólico o psicológico, muchos prefirieron reescribir la realidad para que siguiera encajando en la narrativa alienígena. Cada vez que el fenómeno se volvía más extraño, la teoría se disfrazaba: Cuando los ovnis no dejaban huellas, se habló de “naves interdimensionales”. Cuando los testigos relataban experiencias oníricas, se les dio una explicación “cuántica” o de manipulación psíquica. Cuando las historias se contradecían, se apeló a “razones desconocidas de los visitantes”. Todo servía para no abandonar la idea central: los alienígenas. 

En los últimos años, la HET ha vuelto a reinventarse una vez más, incorporando a su discurso los conceptos de moda: los drones, la inteligencia artificial y las tecnologías autónomas. Lo que en los años cincuenta eran platillos volantes tripulados y en los noventa naves de energía o luz, hoy se describe como artefactos inteligentes, sondas autorreplicantes o inteligencias no humanas operadas por sistemas de IA avanzados. Esta nueva reinterpretación demuestra, una vez más, la asombrosa plasticidad del mito: su capacidad para asimilar los símbolos tecnológicos de cada época y vestirlos con ropaje alienígena. Así, la HET vuelve a respirar, camaleónica, alimentándose del imaginario contemporáneo para seguir insuflando vida a la idea, de los visitantes estelares. Sin embargo, los informes más desconcertantes, aquellos en los que los OVNIS parecían comportarse como si respondieran al pensamiento del testigo, o donde los “ocupantes” realizaban acciones absurdas, cómicas o ilógicas, o inclusive se arropaban de conceptos socioculturales humanos, siguen sin tener un lugar dentro del paradigma extraterrestre. Estos casos, que constituyen la médula de la llamada “alta extrañeza” del fenómeno, son los que más deberían haber interesado a la investigación. Porque son precisamente los que desafían cualquier explicación convencional, incluso la HET, y los que podrían ofrecer una pista real sobre la naturaleza del misterio. Pero en lugar de enfrentarlos, se les ha marginado. No encajaban, y lo que no encaja se silencia. Se destierra. La ciencia avanza cuando se enfrenta a las anomalías, cuando se atreve a estudiar lo que contradice sus modelos. La ufología ortodoxa, en cambio, ha evitado las anomalías para preservar su narrativa. Su objetivo no ha sido comprender el fenómeno, sino mantener viva una hipótesis por encima de todo. Y en ese proceso, el fenómeno OVNI, ese conjunto fascinante e impredecible de sucesos imposibles, experiencias subjetivas y fenómenos paranormales y forteanos, ha quedado reducido a una etiqueta: la HET. Lo que comenzó como una interesante búsqueda de respuestas se transformó en una defensa de una creencia. Quizás por eso, después de casi ocho décadas de investigación, seguimos sin saber qué son realmente los OVNIs. El fenómeno ajeno a estas controversias parece burlarse de nuestras categorías, adaptarse a nuestras expectativas y jugar con nuestras creencias.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


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