Por décadas, luces imposibles, figuras misteriosas y
fenómenos inexplicables han desconcertado a investigadores y curiosos de medio
mundo. Pero, ¿y si todos esos episodios —desde los platillos volantes hasta las
apariciones marianas— fueran manifestaciones con un mismo origen?
Esa es la apuesta de la Teoría de la Distorsión (TD), y que
vamos a explicar brevemente.
Para empezar hay que aclarar que la TD sostiene que el
fenómeno es externo e independiente del ser humano. No nace en nuestra mente ni
en nuestra imaginación, aunque sin embargo, parta de lo manifestado está muy
vinculado a nuestro psiquismo.
En un primer instante, cuando irrumpe en nuestra realidad, el
fenómeno lo hace con un patrón reconocible: luces en el cielo, luminarias,
entidades vagas, sonidos extraños o sensaciones de presencias invisibles. Los
datos recopilados durante años apuntan en la misma dirección: estas
manifestaciones pueden interactuar con nuestro entorno, mostrando diferentes
grados de corporeidad. Hay casos documentados que registran alteraciones en
campos electromagnéticos, huellas físicas en el terreno o en la vegetación e,
incluso, efectos fisiológicos en los testigos, desde mareos y desorientación
hasta quemaduras en la piel. Todo esto indica que, en ocasiones, aunque no
siempre, el fenómeno adquiere una presencia material que no puede pasarse por
alto.
Pero lo más extraño, es que el fenómeno parece moverse en una
frontera difusa entre lo físico y lo no físico. En ocasiones, se manifiesta con
una presencia marcadamente tangible, aunque con cierta ambigüedad: deja huellas
en el terreno, altera dispositivos electrónicos, provoca cambios medibles en el
ambiente e incluso genera efectos fisiológicos en los testigos. Pero en otras,
su naturaleza es completamente inasequible, como si se tratara de un evento
puramente psíquico, limitado a la experiencia subjetiva de quien lo presencia
pese a que externamente, la visión parece estar hecha de la misma
"sustancia" que la realidad misma.
Esta dualidad desconcierta a los investigadores porque rompe
con la lógica tradicional de lo observable. Es como si el fenómeno pudiera
oscilar entre diferentes estados de existencia, adaptándose a condiciones que
todavía no comprendemos. En ocasiones, su irrupción en nuestra realidad es tan
física y evidente que deja rastros medibles, sin embargo, en otros momentos
parece permanecer en un plano intermedio, intangible, donde solo puede ser
percibido por algunos testigos, sin que quede ningún registro material que lo
respalde, pero, incomprensiblemente puede ser compartida por más personas. Esta
capacidad de alternar entre lo físico y lo no físico sugiere que el fenómeno no
está limitado por las leyes que rigen nuestro espacio-tiempo, lo que lo coloca
más cerca de una interacción multidimensional que de una presencia
estrictamente material.
El núcleo de la distorsión ocurre cuando el fenómeno
“sintoniza” con la psique humana. Esta conexión puede darse por cercanía,
exposición prolongada, sensibilidad del testigo o por una especie de
coincidencia de frecuencias entre el observador y la manifestación. Cuando se
establece ese contacto, el fenómeno se vuelve maleable. Su apariencia comienza
a responder —no de forma consciente, sino automática— a los contenidos
inconscientes de la mente del testigo. Es en ese momento cuando se produce la
distorsión propiamente dicha: la nueva realidad se adapta, se filtra, y el
observador percibe el fenómeno con un envoltorio culturalmente comprensible.
Este mecanismo explicaría por qué las descripciones de estas
manifestaciones han cambiado con el tiempo y porque muestran una interminable
inestabilidad estética, ya que cada observador reinicia de alguna manera el
fenómeno a su forma. En épocas pasadas, los testigos hablaban de ángeles,
demonios o vírgenes; durante el siglo XIX, de hadas, duendes o luces errantes;
y a partir de mediados del siglo XX, de platillos volantes, naves y seres
extraterrestres. No se trata de un disfraz ni de una intención de engaño por
parte de inteligencias alienígenas. Es simplemente una consecuencia natural del
contacto: el fenómeno, al entrar en conjunción con la psique del testigo,
adopta la forma más coherente y comprensible dentro del marco del imaginario
humano, integrando símbolos, creencias y referencias culturales propias de cada
época. Pero más allá de un simple filtro perceptivo, lo que sugiere la teoría
es algo aún más inquietante, ya que la mente humana no solo distorsiona el
contenido de lo observado, sino que interfiere directamente en la naturaleza
del fenómeno, participando activamente en la configuración de su apariencia,
como si la conciencia del observador tuviera la capacidad de moldear, en tiempo
real, la materia o corporeidad que este despliega ante nosotros.
Otro aspecto inquietante de la distorsión es que no todos los
testigos perciben lo mismo. Incluso cuando varias personas presencian el mismo
evento, cada una puede describirlo de manera diferente. Esto sugiere que la
“forma final” del fenómeno no es completamente estática, sino que puede variar
según la mente que lo procesa, como si cada percepción fuese un reajuste
personal con esta nueva realidad aunque se en detalles sobre el mismo conjunto.
Este patrón se repite en manifestaciones históricas que abarcan campos tan
diversos como la ufología, la criptozoología, las apariciones marianas, los
fenómenos parapsicológicos e incluso los sucesos forteanos.
Quizás, en ese delgado punto de conexión entre lo desconocido
y la conciencia humana, se encuentre la clave de un misterio que, desde hace
siglos, continúa desafiando a científicos, investigadores y curiosos de todo el
mundo.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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