¿Podría un agente externo desconocido utilizar una conexión psíquica con los testigos para manifestarse en nuestra realidad fusionando lo personal y lo universal en una experiencia que varía según cada perceptor?
La respuesta a esta pregunta podría acercarnos a una comprensión más profunda de los fenómenos forteanos y ufológicos y, por supuesto, lo más interesante a un mejor entendimiento de nuestra propia conciencia, como quizás el canal imprescindible para interpretar estas señales y navegar a través de ellas.
Lo primero que habría que dilucidar es si nuestra psique es un artefacto aislado, si trabaja sola para interpretar la realidad que la rodea, o si por el contrario está abierta a utilizar herramientas externas que permitan actualizar o expandir su antena decodificadora. Hace décadas el genial psicoanalista Carl Jung introdujo un interesante elemento en el debate sobre las visiones extraordinarias que ayudaba a comprender ciertos aspectos. Me refiero al inconsciente colectivo, sin duda una de las propuestas más fascinantes del psicólogo suizo Carl Gustav Jung. El concepto del inconsciente colectivo, tal como lo formuló Jung ha sido tradicionalmente entendido como un depósito de arquetipos y experiencias comunes para toda la especie humana. Los arquetipos son imágenes, ideas o símbolos que están presentes en las mentes de todos los seres humanos, independientemente de la época o el lugar en el que hayan vivido. Por esa cuestión, mitos, creencias o leyendas muy similares pueden aparecer en culturas que nunca tuvieron contacto entre sí. Algo así como un depósito intangible que cualquier ser humano puede “sintonizar” bajo determinadas circunstancias. Incluso Jung otorgaba cierta independencia, inteligencia o resortes automáticos a este gran ente para actuar en beneficio de la humanidad llegado el caso de un extremado stress social. Jung sostenía que el inconsciente colectivo era un sistema de emergencia que se activaba para equilibrar situaciones límites como un docto terapeuta. Es como si este inconmensurable campo psíquico tuviera la capacidad de intervenir y recordarnos quiénes somos, reconectándonos con esas verdades profundas que han acompañado a la humanidad desde el principio de los tiempos. Sin embargo, considero que esta visión del inconsciente no debería interpretarse literalmente como un "banco de datos" o un "archivo etéreo" accesible desde el exterior o hackeable por una fuente externa, sino más bien como una enorme red, una especie de resonancia psíquica compartida entre los seres humanos mediante un vínculo aún indeterminado, lo que permite que ciertos arquetipos e ideas emerjan de manera natural a través de las personas, sin intervención directa.
En mi propuesta teórica, sostengo que los fenómenos anómalos, como los encuentros cercanos con OVNIs, la apariciones marianas o las visiones paranormales, no son únicamente externas ni puramente internas. En cambio, estas manifestaciones surgen de una interacción compleja entre un agente externo desconocido y el psiquismo individual del testigo en un intento, de este último, por decodificar una nueva realidad que se abre paso de forma inesperada y asombrosa ante nuestros sentidos. Este agente utiliza los contenidos mentales de la persona, es decir, sus creencias, símbolos y arquetipos, para construir la estética de lo observado, pero lo hace de manera distorsionada. En otras palabras, lo que el testigo percibe es una versión alterada o transformada de la información que reside en su propio inconsciente, lo que da lugar a una manifestación única y personalizada del fenómeno, pero que evidentemente tienen rasgos socioculturales y patrones perfectamente reconocibles insertados en la escenografía, tanto en lo visual como en lo narrativo. En todo punto podríamos considerar esta intromisión como una “arquitectura psíquica” capaz de, no solo interferir de diversas maneras con el organismo humano, sino incluso interactuar con la materia del entorno, o producir efectos cuantificables en ocasiones análogos a los de los objetos físicos. En este contexto, considero que ese denominado agente externo no accede al inconsciente colectivo como si fuera una base de datos concreta y organizada que consulta como un libro abierto, sino que interactúa con el psiquismo individual de una manera que permite sintonizarse con esa posible resonancia psíquica compartida. En lugar de extraer información de forma directa del inconsciente colectivo, este agente externo manipula o se hace visible a través de ese bagaje personal del testigo, aprovechando su capacidad para conectar con los arquetipos universales que están presentes en ese vasto campo psíquico que es el inconsciente colectivo. De esta forma, la experiencia resultante, sobre todo a nivel estético, es fruto de una compleja combinación entre lo personal y lo colectivo, filtrada y modulada en últimas instancias por la psique humana. Por lo que deberíamos de olvidar que el fenómeno tenga una voluntad de ocultar o camuflar su apariencia mediante estas interfases con la mente de los testigos. Además, creo que la cantidad y calidad de información accesible y utilizable, más allá de lo superfluo de la cascara que envuelve estos mensajes, o sea la escenografía extraterrestre o mariana, por ejemplo, depende del "terminal", es decir, la persona misma. Cada individuo tiene una capacidad única, no solo para sintonizar con los arquetipos del inconsciente colectivo, sino para manejar lo imaginal en el proceso de construcción cognitiva. No todos los testigos son capaces de interactuar de la misma forma con el agente externo. Lo que implicaría que no todos los sujetos enfrentados estas manifestaciones experimentan el fenómeno de la misma manera. En algunos casos, ciertos testigos parecen estar más predispuestos a acceder a experiencias más complejas e intensas debido a su mayor sensibilidad o resonancia con este inconsciente colectivo. Es muy probable que este agente externo cuando irrumpe en nuestra realidad trabaje en la misma frecuencia que nuestra psique, produciendo algún tipo de interferencia o comunicación extrema dependiendo del grado de interacción con los testigos. Esto explicaría por qué algunas personas tienen experiencias mucho más detalladas o impactantes que otras, lo cual depende de su grado de conexión con esta nueva realidad expandida arrastrada por el agente externo hasta nuestro mundo ordinario.
En resumen, considero que el inconsciente colectivo no es un espacio accesible de forma directa, ni una biblioteca mental al uso, sino más bien un vínculo psíquico compartido que emerge naturalmente a través de los individuos. El agente externo no actúa como un hacker que roba información del inconsciente colectivo, sino que interactúa con el psiquismo del testigo, provocando una resonancia con los arquetipos y símbolos universales, lo que facilita la creación de determinados estereotipos del mundo sobrenatural, religioso, forteano o ufológico. Esta interacción genera una distorsión que transforma la experiencia en algo único y personal cargado con factores socioculturales. La intensidad y el carácter de esta experiencia dependen en gran medida de la capacidad del individuo para sintonizarse con el agente externo. Esta reinterpretación de las manifestaciones anómalas aporta una nueva dimensión a la Teoría de la Distorsión, abriendo la posibilidad de que el agente externo utilice nuestra conexión psíquica con el inconsciente colectivo para manifestarse de formas que combinan lo personal y lo universal en una experiencia arrebatadora para los sentidos. Este enfoque plantea interrogantes profundos sobre la naturaleza de los fenómenos anómalos y la estructura de la mente humana, lo que no lleva a una exploración más profunda de las conexiones entre el inconsciente colectivo, el agente externo y estas manifestaciones que tanto han intrigado al ser humano desde los albores de la historia.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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