lunes, 29 de diciembre de 2025

LOS OVNIS NO SON SOLO OBJETOS FÍSICOS, Y ESO LO CAMBIA TODO

 



Casi desde sus inicios, allá por el año 2011, la Teoría de la Distorsión ha estado rodeada de malentendidos, y en muchos casos, de una simplificación excesiva, lo que ha llevado a ciertos aficionados, lectores e incluso a algunos investigadores a desvirtuar por completo su contenido.

Con frecuencia se la ha etiquetado de forma apresurada como una explicación puramente escéptica o psicológica del fenómeno OVNI, reduciéndola a una cuestión de alucinaciones o construcciones mentales sin base física ni externa. Esto hace que quienes critican la teoría crean que es fácil desacreditarla, precisamente porque parten de la idea de que no está apoyada en la casuística ni en el conocimiento del fenómeno OVNI, como si quien la formuló lo hubiera hecho a espaldas de los casos, los testimonios y las evidencias acumuladas a lo largo de décadas. De ahí que, casi de inmediato, surjan siempre las mismas preguntas retóricas intentando dejar en evidencia esta tesis: ¿Y cómo explica la Distorsión las huellas en el terreno, las fotografías o que otras personas también lo vean?, cuestiones que en realidad delatan más un desconocimiento del contenido real de la Distorsión que una refutación.

El error proviene de una lectura superficial de la Teoría de la Distorsión y de no comprender plenamente su idea principal, que dice que los OVNIS no son solo fenómenos físicos, sino que poseen una importante dimensión psíquica que no puede ignorarse. Pero esto no quiere decir que su explicación sea exclusivamente mental, ya que es precisamente esa condición híbrida, física y psíquica de las manifestaciones ufológicas, la que resulta incómoda y difícil de encajar dentro de nuestras expectativas sobre una visitación extraterrestre, y lo que cambia por completo nuestra manera de enfrentarnos al fenómeno. Y de hecho estos aspecto extremadamente extraños es lo que ha llevado a una completa confusión a la hora de abordar el estudio y comprensión del fenómeno, y la causa que llevemos casi 80 años intentando desentrañar su misterio sin habernos acercado a su núcleo.


UN ORIGEN EXTERNO: LAS DOS FASES DEL FENÓMENO

El primer punto que conviene dejar claro, y que suele ser el más tergiversado, es que la teoría de la Distorsión defiende la existencia de un origen externo e independiente del ser humano. No estamos hablando de alucinaciones, proyecciones mentales ni construcciones simbólicas nacidas exclusivamente de la psique del testigo. El fenómeno existe ahí fuera, con características propias, previas a cualquier observación humana. Es decir, no necesita al testigo para manifestarse, aunque sí para adquirir forma en determinadas circunstancias que es un matiz importante en esta tesis.

Desde este enfoque, el fenómeno puede entenderse en al menos dos fases claramente diferenciadas:

1. LA FASE AUTÓNOMA

En esta etapa, la manifestación se produce de manera independiente del observador. Si rastreamos en la literatura sobre encuentros sobrenaturales o extraordinarios encontramos patrones recurrentes: luminarias inexplicables, luces erráticas o fogonazos, sensación intensa de presencia, comunicación telepática con “algo desconocido”, siluetas extrañas o formas indefinidas, sonidos extraños...

Estas características parecen propias del fenómeno en sí, más allá de la cultura, la época o las creencias del testigo. Por ello, las manifestaciones anómalas parecen existir al margen de nuestra propia presencia.

2. FASE DE INTERERACCIÓN

Es aquí donde entra en juego lo que denominamos Distorsión. En un momento determinado de la experiencia se produce una interacción directa entre el fenómeno y la mente del testigo, una interacción que no es casual ni uniforme, sino que depende de varios factores como puede ser la proximidad física, la duración del contacto, el grado de implicación emocional y, sobre todo, las capacidades psíquicas de cada individuo. En ese punto, el fenómeno parece reaccionar a la presencia humana incorporando a su manifestación elementos reconocibles, extraídos del imaginario personal y colectivo del testigo, como si necesitara traducirse a un lenguaje simbólico comprensible para la mente humana. Por tanto, la apariencia que percibimos del fenómeno, especialmente cuando adopta elementos que nos resultan familiares o están vinculados de algún modo a nuestra cultura, no es casual. Se trata de una especie de “colaboración encubierta”, un collage, entre el testigo y la manifestación, donde nuestra mente participa, de manera sutil, en la construcción de la escena, moldeando tanto su contenido visual como narrativo. Históricamente, este proceso ha dado lugar a interpretaciones en clave religiosa o sobrenatural de estos fenómenos: ángeles, demonios, duendes, apariciones marianas, la Santa Compaña o seres feéricos de todo tipo. En la era contemporánea, ese mismo mecanismo de adaptación o de filtrado adquiere formas acordes con nuestro contexto tecnológico, materializándose como platillos volantes y astronautas de otros mundos. No es, por tanto, el fenómeno el que cambia su naturaleza o su esencia de manera intencionada para manipularnos o engañarnos, sino que esa variación depende en gran medida de la capacidad del observador para encajar lo que está presenciando dentro de un sistema de creencias que le permita dar sentido a algo, en principio, incomprensible. Estaríamos hablando que los testigos crean una pantalla o interferencia entre el fenómeno y su sistema cognitivo, que quizás impide nuestra recepción adecuada del mensaje, la enorme extrañeza, la aparente ilógica y el sinsentido de estas manifestaciones, que no parecen perseguir otro objetivo que provocar confusión, sorpresa o desconcierto.


¿SIGNIFICA ESTO QUE TODO OCURRE A NIVEL PSICOLÓGICO?

Rotundamente, no.

La teoría de la Distorsión no niega la fisicalidad del fenómeno. Al contrario: sostiene que estamos ante algo que posee una doble naturaleza, física y psíquica. Esa condición dual explicaría por qué puede interactuar con el entorno material, dejando huellas, produciendo efectos electromagnéticos, siendo observado o incluso fotografiado, además de provocar efectos fisiológicos sobre los testigos, pero, al mismo tiempo, es capaz de estableces una conexión profunda con la mente humana y desenvolverse en una dimensión intermedia donde lo externo y lo interno parecen solaparse.

La escasez de documentación gráfica concluyente tras más de ochenta años de observaciones no sería una prueba de la incompetencia de los fotógrafos, sino una pista clave de que el fenómeno opera dentro de rangos de realidad distintos a los habituales, lo que dificulta su registro bajo nuestros parámetros tecnológicos convencionales.


UN FENÓMENO COMPARTIDO… PERO INESTABLE

Uno de los aspectos que más debate ha generado en torno a la teoría de la Distorsión es la idea, bastante extendida, de que estaría defendiendo que se trata de un fenómeno estrictamente privado, y por tanto enmarcado dentro de la psicológica. Esta interpretación ha llevado a pensar que todo ocurre solo en el interior de la mente de una persona, como si se tratara de una experiencia subjetiva. Sin embargo, esta lectura no se ajusta a lo que realmente plantea la teoría.

Lejos de negar la realidad externa del fenómeno, la teoría de la Distorsión propone algo más complejo, ya que lo observado puede ser visto por varias personas a la vez, aunque no siempre de la misma manera, dando lugar a una experiencia común pero marcada por una notable inestabilidad perceptiva. Aunque la Distorsión se active en la interacción con un testigo concreto, la manifestación no queda confinada a su mente ya que estamos tratando con un fenómeno externo. Otras personas presentes pueden observarla, lo que descarta de raíz la idea de que se trate de una alucinación. Sin embargo, como indican cientos de incidentes las descripciones varían notablemente de un testigo a otro como señalando que lo observado es voluble. Este rasgo es común a todo tipo de apariciones consideradas “sobrenaturales” a lo largo de la historia. El fenómeno está ahí, pero sigue manteniendo un vínculo activo con la forma en que cada observador lo percibe e interpreta. Incluso parece que hay gente que se mantiene al margen sin que su mente sea capaz de procesar de ninguna forma la experiencia. Pero hay que dejar claro que no estamos hablando de un sesgo cognitivo al uso, sino que la manifestación reacciona a la interacción psíquica con los testigos cambiando y adecuando su forma externa a las características y detalles suministrados por el inconsciente de los observadores. Un ejemplo. Imaginemos el fenómeno OVNI no como un objeto con una forma fija, sino como una especie de materia “blanda”, comparable a una masa de arcilla que aún no ha sido moldeada. No es que el testigo se equivoque al mirarla ni que su mente proyecte una imagen por error, no hablamos de pareidolia ni de un simple sesgo cognitivo, que haría que el objeto en origen no hubiera cambiado, sino que esa “arcilla” adopta una determinada forma en el mismo momento en que entra en contacto con la conciencia del observador. En lugar de ser un “objeto” estático, la manifestación altera su propia estructura externa para encajar con la "biblioteca mental" de cada individuo.


LA BURBUJA DE IRREALIDAD

Uno de los aspectos más desconcertantes y, al mismo tiempo, más reveladores de la naturaleza parapsíquica del fenómeno es la sensación recurrente que describen los testigos de quedar momentáneamente apartados de la realidad cotidiana mientras tiene lugar la manifestación. Durante la experiencia, muchos observadores relatan la impresión de que a su alrededor se crea una especie de burbuja de irrealidad o campana de silencio, como si el entorno habitual quedara suspendido o aislado del resto del mundo.

Se han registrado numerosos encuentros junto a carreteras donde, de manera inexplicable, no pasa ningún vehículo. De igual modo, hay manifestaciones ufológicas, incluso encuentros cercanos en zonas habitadas que, a pesar de su llamativa presencia, no dejan más testigos. Todo ocurre como si el fenómeno creara un escenario propio, separado del flujo normal de la realidad cotidiana.

Es como si el testigo, o los testigos, entraran en un cine de repente, y sin previo aviso, donde se proyecta una “película” que solo ellos pueden ver en ese momento. La experiencia se percibe como completamente real, intensa y tangible, pero nadie más puede acceder a esa “sala” hasta que la proyección termina. Cuando la “película” concluye, la realidad compartida vuelve a fluir con normalidad, como si nada hubiera sucedido. Lo curioso es que, más allá de las sensaciones o algunos detalles percibidos, el testigo no podría señalar en qué ha cambiado la realidad de un instante a otro, aunque en muchas ocasiones hay evidentes alteraciones en el flujo del tiempo (más despacio o rápido según el caso). Curiosamente estos aspectos inciden en la idea de un estado alterado en la mente de los testigos que suelen llevar asociados estas anomalías.


¿ESTAN LOS OVNIS INCRUSTADOS EN NUESTRA REALIDAD?

La teoría de la Distorsión no ofrece respuestas al uso ni explicaciones cómodas al fenómeno OVNI, de esas que suelen resultar más atractivas al público porque encajan a la perfección con lo que esperamos oír sobre la existencia civilizaciones extraterrestres o seres de otras dimensiones.

Al contrario, este planteamiento nos obliga a aceptar que las manifestaciones ufológicas no encajan en categorías simples, ni es únicamente físico, ni exclusivamente mental, ni totalmente objetivo, ni puramente subjetivo. Quizá por eso genera rechazo. Porque cuestiona nuestras ideas sobre la realidad, la percepción y el papel del ser humano como observador no pasivo ante estas manifestaciones. Es indiscutible a estas alturas que el fenómeno tiene un alto componente parapsíquico que resulta incomprensible y que no hemos sido capaces de verificar mediante el método científico convencional. Resulta especialmente significativo que un gran número de testigos relaten de manera reiterada que las manifestaciones parecen anticiparse a sus pensamientos o incluso responder a ellos. Este conjunto de testimonios refuerza la idea de una conexión profunda entre mente y fenómeno, donde el psiquismo humano y la realidad externa no actúan como compartimentos estancos, sino que se entrelazan de manera asombrosa.

Tal vez el verdadero reto al que nos enfrentamos no sea tanto descubrir qué es exactamente el fenómeno OVNI, sino comprender hasta qué punto sus incursiones influyen y dejan huellas en nuestra conciencia.

En los tiempos que corren, las experiencias visionarias suelen mirarse con escepticismo, casi como algo ajeno a la realidad empírica y más propio de épocas de superstición regidas por creencias sobrenaturales o religiosas. Sin embargo, si hay algo que parece claro es que, desde hace siglos, el ser humano ha sido capaz de entrar en contacto con porciones del universo que parecen poseer algún tipo de inteligencia, como si intentaran transmitir un mensaje o propiciar una transformación, una ampliación o mejora de nuestra propia conciencia. Hay esta la clave, mucho más que perder el tiempo en la hipnótica escenografía de estas manifestaciones, que puede ser que no tenga otro objetivo que hacer “digerible” esta nueva arrolladora realidad.

 



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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