Casi desde sus inicios, allá por el año 2011, la Teoría de la
Distorsión ha estado rodeada de malentendidos, y en muchos casos, de una
simplificación excesiva, lo que ha llevado a ciertos aficionados, lectores e
incluso a algunos investigadores a desvirtuar por completo su contenido.
Con frecuencia se la ha etiquetado de forma apresurada como
una explicación puramente escéptica o psicológica del fenómeno OVNI,
reduciéndola a una cuestión de alucinaciones o construcciones mentales sin base
física ni externa. Esto hace que quienes critican la teoría crean que es fácil
desacreditarla, precisamente porque parten de la idea de que no está apoyada en
la casuística ni en el conocimiento del fenómeno OVNI, como si quien la formuló
lo hubiera hecho a espaldas de los casos, los testimonios y las evidencias
acumuladas a lo largo de décadas. De ahí que, casi de inmediato, surjan siempre
las mismas preguntas retóricas intentando dejar en evidencia esta tesis: ¿Y
cómo explica la Distorsión las huellas en el terreno, las fotografías o que
otras personas también lo vean?, cuestiones que en realidad delatan más un
desconocimiento del contenido real de la Distorsión que una refutación.
El error proviene de una lectura superficial de la Teoría de
la Distorsión y de no comprender plenamente su idea principal, que dice que los
OVNIS no son solo fenómenos físicos, sino que poseen una importante dimensión psíquica
que no puede ignorarse. Pero esto no quiere decir que su explicación sea
exclusivamente mental, ya que es precisamente esa condición híbrida, física y
psíquica de las manifestaciones ufológicas, la que resulta incómoda y difícil
de encajar dentro de nuestras expectativas sobre una visitación extraterrestre,
y lo que cambia por completo nuestra manera de enfrentarnos al fenómeno. Y de
hecho estos aspecto extremadamente extraños es lo que ha llevado a una completa
confusión a la hora de abordar el estudio y comprensión del fenómeno, y la
causa que llevemos casi 80 años intentando desentrañar su misterio sin habernos
acercado a su núcleo.
UN ORIGEN EXTERNO: LAS DOS FASES DEL FENÓMENO
El primer punto que conviene dejar claro, y que suele ser el
más tergiversado, es que la teoría de la Distorsión defiende la existencia de
un origen externo e independiente del ser humano. No estamos hablando de
alucinaciones, proyecciones mentales ni construcciones simbólicas nacidas
exclusivamente de la psique del testigo. El fenómeno existe ahí fuera,
con características propias, previas a cualquier observación humana. Es decir,
no necesita al testigo para manifestarse, aunque sí para adquirir forma
en determinadas circunstancias que es un matiz importante en esta tesis.
Desde este enfoque, el fenómeno puede entenderse en al menos
dos fases claramente diferenciadas:
1. LA FASE AUTÓNOMA
En esta etapa, la manifestación se produce de manera
independiente del observador. Si rastreamos en la literatura sobre encuentros
sobrenaturales o extraordinarios encontramos patrones recurrentes: luminarias
inexplicables, luces erráticas o fogonazos, sensación intensa de presencia, comunicación
telepática con “algo desconocido”, siluetas extrañas o formas indefinidas, sonidos
extraños...
Estas características parecen propias del fenómeno en sí, más
allá de la cultura, la época o las creencias del testigo. Por ello, las
manifestaciones anómalas parecen existir al margen de nuestra propia presencia.
2. FASE DE INTERERACCIÓN
Es aquí donde entra en juego lo que denominamos Distorsión.
En un momento determinado de la experiencia se produce una interacción directa
entre el fenómeno y la mente del testigo, una interacción que no es casual ni
uniforme, sino que depende de varios factores como puede ser la proximidad
física, la duración del contacto, el grado de implicación emocional y, sobre
todo, las capacidades psíquicas de cada individuo. En ese punto, el fenómeno
parece reaccionar a la presencia humana incorporando a su manifestación
elementos reconocibles, extraídos del imaginario personal y colectivo del
testigo, como si necesitara traducirse a un lenguaje simbólico comprensible
para la mente humana. Por tanto, la apariencia que percibimos del fenómeno,
especialmente cuando adopta elementos que nos resultan familiares o están
vinculados de algún modo a nuestra cultura, no es casual. Se trata de una
especie de “colaboración encubierta”, un collage, entre el testigo y la
manifestación, donde nuestra mente participa, de manera sutil, en la
construcción de la escena, moldeando tanto su contenido visual como narrativo.
Históricamente, este proceso ha dado lugar a interpretaciones en clave
religiosa o sobrenatural de estos fenómenos: ángeles, demonios, duendes,
apariciones marianas, la Santa Compaña o seres feéricos de todo tipo. En la era
contemporánea, ese mismo mecanismo de adaptación o de filtrado adquiere formas
acordes con nuestro contexto tecnológico, materializándose como platillos
volantes y astronautas de otros mundos. No es, por tanto, el fenómeno el que
cambia su naturaleza o su esencia de manera intencionada para manipularnos o
engañarnos, sino que esa variación depende en gran medida de la capacidad del
observador para encajar lo que está presenciando dentro de un sistema de
creencias que le permita dar sentido a algo, en principio, incomprensible.
Estaríamos hablando que los testigos crean una pantalla o interferencia entre
el fenómeno y su sistema cognitivo, que quizás impide nuestra recepción
adecuada del mensaje, la enorme extrañeza, la aparente ilógica y el sinsentido
de estas manifestaciones, que no parecen perseguir otro objetivo que provocar
confusión, sorpresa o desconcierto.
¿SIGNIFICA ESTO QUE TODO OCURRE A NIVEL PSICOLÓGICO?
Rotundamente, no.
La teoría de la Distorsión no niega la fisicalidad del
fenómeno. Al contrario: sostiene que estamos ante algo que posee una doble
naturaleza, física y psíquica. Esa condición dual explicaría por qué puede
interactuar con el entorno material, dejando huellas, produciendo efectos
electromagnéticos, siendo observado o incluso fotografiado, además de provocar
efectos fisiológicos sobre los testigos, pero, al mismo tiempo, es capaz de
estableces una conexión profunda con la mente humana y desenvolverse en una dimensión
intermedia donde lo externo y lo interno parecen solaparse.
La escasez de documentación gráfica concluyente tras más de
ochenta años de observaciones no sería una prueba de la incompetencia de los fotógrafos,
sino una pista clave de que el fenómeno opera dentro de rangos de realidad
distintos a los habituales, lo que dificulta su registro bajo nuestros
parámetros tecnológicos convencionales.
UN FENÓMENO COMPARTIDO… PERO INESTABLE
Uno de los aspectos que más debate ha generado en torno a la
teoría de la Distorsión es la idea, bastante extendida, de que estaría
defendiendo que se trata de un fenómeno estrictamente privado, y por tanto enmarcado
dentro de la psicológica. Esta interpretación ha llevado a pensar que todo
ocurre solo en el interior de la mente de una persona, como si se tratara de
una experiencia subjetiva. Sin embargo, esta lectura no se ajusta a lo que
realmente plantea la teoría.
Lejos de negar la realidad externa del fenómeno, la teoría de
la Distorsión propone algo más complejo, ya que lo observado puede ser visto
por varias personas a la vez, aunque no siempre de la misma manera, dando lugar
a una experiencia común pero marcada por una notable inestabilidad perceptiva. Aunque
la Distorsión se active en la interacción con un testigo concreto, la
manifestación no queda confinada a su mente ya que estamos tratando con un
fenómeno externo. Otras personas presentes pueden observarla, lo que descarta
de raíz la idea de que se trate de una alucinación. Sin embargo, como indican
cientos de incidentes las descripciones varían notablemente de un testigo a
otro como señalando que lo observado es voluble. Este rasgo es común a todo
tipo de apariciones consideradas “sobrenaturales” a lo largo de la historia. El
fenómeno está ahí, pero sigue manteniendo un vínculo activo con la forma en que
cada observador lo percibe e interpreta. Incluso parece que hay gente que se
mantiene al margen sin que su mente sea capaz de procesar de ninguna forma la
experiencia. Pero hay que dejar claro que no estamos hablando de un sesgo
cognitivo al uso, sino que la manifestación reacciona a la interacción psíquica
con los testigos cambiando y adecuando su forma externa a las características y
detalles suministrados por el inconsciente de los observadores. Un ejemplo. Imaginemos
el fenómeno OVNI no como un objeto con una forma fija, sino como una especie de
materia “blanda”, comparable a una masa de arcilla que aún no ha sido moldeada.
No es que el testigo se equivoque al mirarla ni que su mente proyecte una
imagen por error, no hablamos de pareidolia ni de un simple sesgo cognitivo, que
haría que el objeto en origen no hubiera cambiado, sino que esa “arcilla”
adopta una determinada forma en el mismo momento en que entra en contacto con
la conciencia del observador. En lugar de ser un “objeto” estático, la
manifestación altera su propia estructura externa para encajar con la
"biblioteca mental" de cada individuo.
LA BURBUJA DE IRREALIDAD
Uno de los aspectos más desconcertantes y, al mismo tiempo,
más reveladores de la naturaleza parapsíquica del fenómeno es la sensación
recurrente que describen los testigos de quedar momentáneamente apartados de la
realidad cotidiana mientras tiene lugar la manifestación. Durante la
experiencia, muchos observadores relatan la impresión de que a su alrededor se
crea una especie de burbuja de irrealidad o campana de silencio, como si el
entorno habitual quedara suspendido o aislado del resto del mundo.
Se han registrado numerosos encuentros junto a carreteras
donde, de manera inexplicable, no pasa ningún vehículo. De igual modo, hay
manifestaciones ufológicas, incluso encuentros cercanos en zonas habitadas que,
a pesar de su llamativa presencia, no dejan más testigos. Todo ocurre como si
el fenómeno creara un escenario propio, separado del flujo normal de la
realidad cotidiana.
Es como si el testigo, o los testigos, entraran en un cine de
repente, y sin previo aviso, donde se proyecta una “película” que solo ellos
pueden ver en ese momento. La experiencia se percibe como completamente real,
intensa y tangible, pero nadie más puede acceder a esa “sala” hasta que la
proyección termina. Cuando la “película” concluye, la realidad compartida
vuelve a fluir con normalidad, como si nada hubiera sucedido. Lo curioso es
que, más allá de las sensaciones o algunos detalles percibidos, el testigo no
podría señalar en qué ha cambiado la realidad de un instante a otro, aunque en
muchas ocasiones hay evidentes alteraciones en el flujo del tiempo (más
despacio o rápido según el caso). Curiosamente estos aspectos inciden en la
idea de un estado alterado en la mente de los testigos que suelen llevar
asociados estas anomalías.
¿ESTAN LOS OVNIS INCRUSTADOS EN NUESTRA REALIDAD?
La teoría de la Distorsión no ofrece respuestas al uso ni
explicaciones cómodas al fenómeno OVNI, de esas que suelen resultar más
atractivas al público porque encajan a la perfección con lo que esperamos oír sobre
la existencia civilizaciones extraterrestres o seres de otras dimensiones.
Al contrario, este planteamiento nos obliga a aceptar que las
manifestaciones ufológicas no encajan en categorías simples, ni es únicamente
físico, ni exclusivamente mental, ni totalmente objetivo, ni puramente subjetivo.
Quizá por eso genera rechazo. Porque cuestiona nuestras ideas sobre la
realidad, la percepción y el papel del ser humano como observador no pasivo
ante estas manifestaciones. Es indiscutible a estas alturas que el fenómeno
tiene un alto componente parapsíquico que resulta incomprensible y que no hemos
sido capaces de verificar mediante el método científico convencional. Resulta
especialmente significativo que un gran número de testigos relaten de manera
reiterada que las manifestaciones parecen anticiparse a sus pensamientos o
incluso responder a ellos. Este conjunto de testimonios refuerza la idea de una
conexión profunda entre mente y fenómeno, donde el psiquismo humano y la
realidad externa no actúan como compartimentos estancos, sino que se entrelazan
de manera asombrosa.
Tal vez el verdadero reto al que nos enfrentamos no sea tanto
descubrir qué es exactamente el fenómeno OVNI, sino comprender hasta qué punto
sus incursiones influyen y dejan huellas en nuestra conciencia.
En los tiempos que corren, las experiencias visionarias
suelen mirarse con escepticismo, casi como algo ajeno a la realidad empírica y
más propio de épocas de superstición regidas por creencias sobrenaturales o
religiosas. Sin embargo, si hay algo que parece claro es que, desde hace
siglos, el ser humano ha sido capaz de entrar en contacto con porciones del
universo que parecen poseer algún tipo de inteligencia, como si intentaran
transmitir un mensaje o propiciar una transformación, una ampliación o mejora
de nuestra propia conciencia. Hay esta la clave, mucho más que perder el tiempo
en la hipnótica escenografía de estas manifestaciones, que puede ser que no
tenga otro objetivo que hacer “digerible” esta nueva arrolladora realidad.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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