domingo, 2 de noviembre de 2025

¿SON LOS OVNIS UN PARADIGMA COGNITIVO CUYA REALIDAD FISICA ES SOLO PRODUCTO DE UN EPIFENOMENO?

 





Desde hace décadas numerosos investigadores creen que el fenómeno OVNI se parapeta detrás de un excelso camuflaje para engañar y manipular a los testigos con fines y propósitos que no comprendemos. Lo hizo hace siglos con las manifestaciones de hadas, duendes, criaturas sobrenaturales y apariciones marianas, y en pleno siglo XX logró mimetizarse bajo la etiqueta de visitantes extraterrestres. Pero; ¿estamos ante un fenómeno inteligente que elige a la perfección su rol para presentarte a los humanos? o ¿por el contrario estamos ante un desconcertante paradigma cognitivo que evidentemente se muestra con "disfraces" socioculturales presentes en cada época de su actuación?

Que todas la apariciones de entidades extrañas que a lo largo del tiempo han interactuado con el ser humano hayan sido tan eximias y "engañosas" en sus comunicaciones, y que hayan ofrecido tan pocas pruebas sobre su existencia, es un indicio muy interesante, y a tener muy en cuenta, de que todas estas insólitas manifestaciones puedan tener un mismo y único origen y sobre todo una incidencia directa sobre la psique de los testigos, lo que indicaría que lo que observamos no existe independientemente de los observadores, al menos en el resultado final de la manifestación que aparece ante nuestros ojos. Por lo que habría que distinguir en primer lugar entre el fenómeno (en origen), y lo manifestado frente a los testigos (los incidentes), que probablemente sean dos cosas bien distintas, como lo puedan ser el artista (la persona) de su obra pictórica (los cuadros).

Que el contenido de todas estas manifestaciones tenga un trasfondo tan humano (perfectamente reconocible), tanto en lo visual como en lo narrativo, es otra clave que nos indica la participación encubierta de la psique de los testigos en la conformación de las experiencias, ayudando a su elaboración de forma inconsciente. A casi nadie se le escapa el hecho de que los ufonautas tengan un guardarropa tan parecido al nuestro o que incluso tengan ordenadores, palancas o barandillas idénticas a las nuestras.

Además, es muy posible que la dificultad para documentar estos fenómenos tenga que ver con su naturaleza ambigua, situada a medio camino entre lo psíquico y lo físico. Eso hace que sea complicado obtener pruebas abundantes, incluso cuando su presencia se siente totalmente “real” e incuestionable para quienes la experimentan. Pero esto no significa que el fenómeno sea ilusorio ni que no pueda irrumpir en nuestra realidad de manera tangible, provocando efectos físicos y fisiológicos. Más bien actúa de un modo distinto a todo lo que conocemos, aunque sus consecuencias, a ojos del testigo, resulten tan reales como las de cualquier suceso ordinario. Quizá ahí, en esa extraña forma de manifestarse, esté una de las claves para comprender el paradigma OVNI.

¿Son los OVNIS un fenómeno cuya naturaleza escapa de los limites convencionales de nuestra dimensión cognitiva? No me refiero a una naturaleza interdimensional tal y como la defienden y conciben muchos estudiosos desde hace años, con entidades saltando a través de portales, sino que el fenómeno OVNI procede de zonas remotas a las que puede acceder nuestra mente en determinados estados de conciencia, independientemente que lo manifestado en esta exploración de una nueva “realidad” pueda hacerse momentáneamente visible y tangible en nuestra dimensión. Y es por la participación de nuestra psique que el contenido de todos los encuentros con seres y entidades tienen enormes implicaciones culturales humanas y aspectos sumamente absurdos y caóticos, como los ofrecidos por el universo de los sueños o, por ejemplo, incluso los trastornos mentales y los estados febriles. Pero esto no quiere decir, que los OVNIS sean algo estrictamente mental (entendido esto como algo irreal o ilusorio), sino todo lo contrario, pero es muy probable que su naturaleza pueda estar más cerca de la "materia" que componen nuestros sueños que a una chapa o tornillos de metal. Esto no resta ni misterio, ni extrañeza al paradigma, tan solo redirige la atención hacia otros aspectos más desconocidos y considerados sin importancia hasta la fecha. Siempre hemos pensado que lo material, lo tangible, lo medible, lo cuantificable, solo aquello que podemos meter en una probeta de laboratorio o tocar, es lo auténticamente real e incuestionable. Pero probablemente los encuentros con ovnis y otros hechos forteanos señalan en otra dirección.

Quizá exista otra forma de explorar el universo distinta de la estrictamente científica que hemos adoptado como única vía válida para entender lo que nos rodea. La presencia de los OVNIs y de otras anomalías similares sugiere algo inquietante e interesante a la vez: que la psique humana no es un simple producto biológico del cerebro, sino una puerta capaz de acceder a más información del universo de la que nos llega por los sentidos habituales. En ese estado ampliado, la conciencia parece interactuar con un fenómeno que muestra un comportamiento inteligente y que se nos presenta mediante una “escenografía” extremadamente flexible, moldeada en parte por nuestra propia participación. Y, a su vez, esa interacción encubierta de los testigos parece activar capacidades latentes dentro de nosotros.

Nos encontramos, por tanto, ante una manifestación que se mueve en una extraña dualidad entre lo psíquico y lo físico, lo que explica por qué resulta tan difícil obtener respuestas mediante los métodos convencionales. Solo cambiando la forma en que nos acercamos al fenómeno podremos aspirar a comprenderlo. Y quizá debamos aceptar que su dimensión física, tan valorada por muchos, podría no ser un atributo esencial del fenómeno, sino simplemente un efecto secundario de cómo este interactúa con nuestra psique dentro de nuestro entorno.

Ya que los OVNIs, en definitiva, serían porciones de una realidad que se “inserta” dentro de la nuestra, más estable y ordenada. Una realidad cargada de información sobre nosotros mismos y el universo que no termina de llegar hasta nosotros con claridad debido a las interferencias sensoriales. Esa traducción imperfecta es la que, a lo largo de la historia, hemos nombrado de mil maneras: OVNIs, daimones, ángeles, dioses… y extraterrestres…

 

 

 JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.



sábado, 1 de noviembre de 2025

EL FRACASO DE LA HIPÓTESIS EXTRATERRESTRE

 


Corría el verano de 1947 y el mundo, recién salido de la devastadora Segunda Guerra Mundial, miraba al cielo con una mezcla de esperanza y curiosidad ante el rumor de la llegada de unas extrañas aeronaves. En plena era atómica y con el sueño de conquistar el espacio, la idea de que otros seres pudieran llegar desde lejanos planetas era casi inevitable.

Los primeros testigos que dieron la voz de alarma describían “platillos volantes”, “naves con luces” o “máquinas en forma de cigarro”. Aquello tenía algo de industrial, casi mecánico. Eran tiempos en que lo “avanzado” era lo tecnológico, lo metálico, lo tangible, lo que podía tener “chapa y tornillos”. El hombre acababa de crear los primeros aviones supersónicos y cohetes intercontinentales, y la imaginación proyectó esas mismas ideas en los cielos.

La hipótesis extraterrestre (HET) nació en ese contexto: si veíamos máquinas desconocidas, debían venir de otro planeta. Era la interpretación más lógica dentro del paradigma científico y cultural del momento: un universo físico, medible y lleno de mundos habitables. En definitiva aceptar y abrazar la literalidad de los relatos sin cuestionar nada. A medida que la ciencia avanzaba, con el descubrimiento de exoplanetas, las misiones espaciales y el desarrollo de la astronomía moderna, la narrativa ovni se fue ajustando, remodelando. Los viejos relatos de “platillos volantes” procedentes de Venus o  Marte empezaron a sonar ingenuos frente a una civilización que ya lanzaba robots al árido plantea rojo y sondas más allá del sistema solar.

Los ufólogos de nueva generación entendieron que, si querían seguir siendo escuchados, necesitaban “evolucionar” e integrar nuevos matices a sus planteamientos. Y no bastaba con expandir los orígenes lejos de lo confines de lo conocido más allá de la frontera de Plutón. Sus defensores comenzaron a usar conceptos como dimensiones invisibles, universos paralelos o agujeros de gusano para explicar cómo los visitantes podían llegar hasta aquí sin vulnerar las leyes de la física conocidas. La hipótesis extraterrestre, antaño mecánica y tangible, se volvió algo más abstracta para no entrar en colisión con lo recogido en los archivos de los investigadores. 

Lo que en un principio surgió como una idea llena de expectativa fue tornándose en algo más sombrío a medida que se elaboraba un complejo entramado “teórico” en torno a esa premisa. Los presuntos visitantes no solo traían máquinas futuristas repletas de luces de colores, sino también propósitos. Y propósitos nada claros. Las proclamas iniciales de los contactados que avisaban que los alienígenas habían llegado para avisarnos del peligro nuclear quedó algo descafeinado. Las historias de abducciones empezaron a llenar los periódicos y libros a partir de los años 60, pero se desarrollaron sobre todo en los 80 del pasado siglo. Los extraterrestres, decían los ufólogos, parecían interesados en los cuerpos humanos, en su genética, en su reproducción. Mientras la ciencia de la época hablaba de ADN, clonación y evolución: el fenómeno ovni, siempre atento a los vientos culturales, adoptó ese mismo lenguaje. De pronto, los platillos ya no eran solo vehículos: eran auténticos laboratorios volantes de oscuras intenciones. Y los alienígenas se tornaron de Hermanos Cósmicos a fríos cirujanos espaciales, una especie avanzadilla de una civilización destina al colapso, que necesitaban resolver su trágico destino a través del ser humano. Con el paso de las décadas, y ante la dificultad de sostener las historias de naves físicas y seres tangibles, sin restos, sin evidencias sólidas, la hipótesis extraterrestre empezó a mutar. Ya no se hablaba tanto de visitas materiales, sino de viajes interdimensionales, entidades energéticas o seres espirituales. De manifestaciones que cruzaban la delgada linea entre lo paranormal y lo supuestamente tecnológico. El fenómeno parecía adaptarse a los tiempos: cuando la física cuántica, la psicología y la espiritualidad ganaban terreno en el pensamiento popular, los defensores de la HET incorporaron ese lenguaje para fortalecer los cimientos de su propuesta que comenzaban a resquebrajarse después de tantos años sin confirmación. Las abducciones pasaron de ser estudios médicos a experiencias más etéreas, los alienígenas operaban sobre lo intangible, y querían “diseccionar” el alma humana. Incluso algunos aventuraban que venía a “robarnos” o a “extirparnos” nuestra esencia como humanos.

Sin embargo, el mensaje de fondo seguía siendo el mismo. Por mucho que cambiara el escenario, el guión era el mismo: estamos siendo visitados por entidades extraterrestres. Solo variaba el envoltorio conceptual. Una tesis que se adapta a las épocas, por conveniencia y pocas veces por convicción. De hecho, la HET, en cualquiera de sus versiones, no alcanzaba a explicar la raíz del problema, limitándose a flotar sobre una vasta superficie de incidentes que no pensaba integrar en su corpus sagrado. Durante décadas, la hipótesis extraterrestre ha ido sorteando, como ha podido, las numerosas y profundas grietas que le abría la propia investigación ufológica. Cada vez que el obstáculo era insalvable, surgía una nueva versión de la HET, saltaba de casillero: Si no eran marcianos, serían seres de otros sistemas solares. Si no venían del espacio conocido vendrían de algún lugar en el tiempo. Si no eran del futuro, serían de otra dimensión. Si no eran físicos, serían espirituales. Pero siempre son entidades a bordo de naves. Así, la HET ha sobrevivido, o malvivido, dirían algunos, no gracias a su solidez empírica, sino a su extraordinaria capacidad de adaptación cultural. Sin embargo, nunca ha abandonado su esencia, ese núcleo de creencia que sigue ejerciendo un poderoso atractivo entre sus fieles y que, en última instancia, es el aliento que la mantiene con vida, que “Ellos” están aquí. Quienes quieran que sean “Ellos” …

Lo mismo daba que los extraterrestres ya no fueran seres biológicos, sino entidades interdimensionales o formas de inteligencia no local que se comunican a través de frecuencias, pensamientos o sueños. Todo valía para no abandonar el barco. A lo largo de su historia, la hipótesis extraterrestre ha demostrado una notable capacidad para mutar, adaptarse y sobrevivir. Pero en ese esfuerzo por seguir en pie, ha pagado un precio alto: renunciar a explicar los casos. Mientras la casuística ufológica se llenaba de episodios extraños, contradictorios e incluso absurdos, avistamientos imposibles, entidades que parecían burlarse de la lógica, mensajes que rozaban lo surrealista, los defensores de la HET preferían mirar hacia otro lado. En lugar de enfrentarse al misterio en su totalidad, eligieron simplificarlo: si algo aparecía en el cielo, debía ser una nave espacial; si alguien veía una figura humanoide, debía ser un visitante de otro planeta. El fenómeno, con su complejidad desbordante, fue forzado a encajar en un molde demasiado estrecho. Muy estrecho. 

Lo paradójico es que la ufología nació como una insurrección contra la férrea ortodoxia científica que negaba la existencia de los OVNIS, pero, al final, terminó creando su propias reglas inquebrantables. Los primeros ufólogos decían desafiar al pensamiento establecido, pero con el tiempo construyeron un sistema cerrado de creencias donde todo debía apuntar al mismo resultado: eran extraterrestres. Así, en vez de analizar los aspectos más perturbadores del fenómeno; su mutabilidad, su comportamiento casi teatral, su frecuente inmaterialidad, su carácter simbólico o psicológico, muchos prefirieron reescribir la realidad para que siguiera encajando en la narrativa alienígena. Cada vez que el fenómeno se volvía más extraño, la teoría se disfrazaba: Cuando los ovnis no dejaban huellas, se habló de “naves interdimensionales”. Cuando los testigos relataban experiencias oníricas, se les dio una explicación “cuántica” o de manipulación psíquica. Cuando las historias se contradecían, se apeló a “razones desconocidas de los visitantes”. Todo servía para no abandonar la idea central: los alienígenas. 

En los últimos años, la HET ha vuelto a reinventarse una vez más, incorporando a su discurso los conceptos de moda: los drones, la inteligencia artificial y las tecnologías autónomas. Lo que en los años cincuenta eran platillos volantes tripulados y en los noventa naves de energía o luz, hoy se describe como artefactos inteligentes, sondas autorreplicantes o inteligencias no humanas operadas por sistemas de IA avanzados. Esta nueva reinterpretación demuestra, una vez más, la asombrosa plasticidad del mito: su capacidad para asimilar los símbolos tecnológicos de cada época y vestirlos con ropaje alienígena. Así, la HET vuelve a respirar, camaleónica, alimentándose del imaginario contemporáneo para seguir insuflando vida a la idea, de los visitantes estelares. Sin embargo, los informes más desconcertantes, aquellos en los que los OVNIS parecían comportarse como si respondieran al pensamiento del testigo, o donde los “ocupantes” realizaban acciones absurdas, cómicas o ilógicas, o inclusive se arropaban de conceptos socioculturales humanos, siguen sin tener un lugar dentro del paradigma extraterrestre. Estos casos, que constituyen la médula de la llamada “alta extrañeza” del fenómeno, son los que más deberían haber interesado a la investigación. Porque son precisamente los que desafían cualquier explicación convencional, incluso la HET, y los que podrían ofrecer una pista real sobre la naturaleza del misterio. Pero en lugar de enfrentarlos, se les ha marginado. No encajaban, y lo que no encaja se silencia. Se destierra. La ciencia avanza cuando se enfrenta a las anomalías, cuando se atreve a estudiar lo que contradice sus modelos. La ufología ortodoxa, en cambio, ha evitado las anomalías para preservar su narrativa. Su objetivo no ha sido comprender el fenómeno, sino mantener viva una hipótesis por encima de todo. Y en ese proceso, el fenómeno OVNI, ese conjunto fascinante e impredecible de sucesos imposibles, experiencias subjetivas y fenómenos paranormales y forteanos, ha quedado reducido a una etiqueta: la HET. Lo que comenzó como una interesante búsqueda de respuestas se transformó en una defensa de una creencia. Quizás por eso, después de casi ocho décadas de investigación, seguimos sin saber qué son realmente los OVNIs. El fenómeno ajeno a estas controversias parece burlarse de nuestras categorías, adaptarse a nuestras expectativas y jugar con nuestras creencias.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.



 

domingo, 12 de octubre de 2025

OVNIS: ¿QUIÉNES NOS VISITAN REALMENTE?

 






En la eterna discusión sobre los OVNIS, persisten algunas preguntas que siguen sin estar claras: ¿por qué “ellos” se dejan ver? Y, aún más inquietante, ¿cuáles serían sus verdaderas intenciones?

La teoría de la Distorsión plantea una visión distinta a las interpretaciones tradicionales. Desde este enfoque, las supuestas “naves” que miles de testigos aseguran haber observado no serían necesariamente objetos físicos independientes, sino complejas interfaces simbólicas entre el fenómeno y los testigos. Lo que observamos durante un encuentro ovni sería una especie de decodificación, puente entre lo externo e interno, que intenta hacer comprensible mediante imágenes o arquetipos algo que no pertenece a nuestra realidad habitual. Por tanto, podríamos decir que lo visualizado se adapta, a través de nuestros propios filtros, a cada época, a nuestra cultura y a nuestras expectativas colectivas, funcionando como un vehículo para transmitir un mensaje “humanizado”.

De este modo, en la Edad Media lo inexplicable se manifestó como visiones de ángeles, demonios y otras criaturas forteanas. En el siglo XIX, bajo el influjo de la revolución de los globos y dirigibles, los cielos se poblaron de misteriosos airships. Y con la fulgurante era espacial, a mediados del siglo XX, llegaron los icónicos “platillos voladores”. Y en el siglo XXI, el fenómeno adopta formas más cercanas a nuestra imaginación contemporánea: drones, luces inteligentes o simplemente como inteligencias no humanas.

Por tanto, tendríamos que replantearnos si todo esto que hemos etiquetado como encuentros con civilizaciones avanzadas, serían en realidad una suerte de proyecciones culturales que el fenómeno utiliza para interactuar con nuestra mente.

La misma perspectiva ayuda a responder otra de las grandes incógnitas: ¿qué intenciones tendrían estos supuestos visitantes? La teoría de la Distorsión no contempla la existencia de múltiples razas alienígenas orbitando nuestro planeta cada una con sus propósitos e intenciones, una hipótesis que, además, resultaría estadísticamente improbable. Lo que interpretamos como “civilizaciones benevolentes” o “guías cósmicos” sería, más bien, fruto de nuestro intento por dotar de sentido a un fenómeno que parece absorber, reflejar y amplificar los arquetipos humanos en un proceso de cocreación que trasciende los límites de lo imaginable. Estas manifestaciones no son entes fijos ni autónomos, sino expresiones permeables a nuestra propia percepción, modeladas por la interacción, la expectativa y el filtro cultural de cada observador.  Así, el fenómeno no se presenta como bondadoso ni maligno, sino esencialmente neutral, moldeado por el observador y su contexto cultural. No se trataría de una invasión ni de un plan cósmico oculto, sino de un espejo en el cielo que refleja de manera distorsionada lo que el ser humano teme, espera, anhela e imagina de unas fuerzas que no comprende y con las que lleva lidiando de los albores de la humanidad. Mientras tanto, en un plano más sutil, quizá en la trastienda de esas hipnóticas puestas en escena, el fenómeno podría estar operando de manera silenciosa, provocando transformaciones psicológicas y perceptivas en los individuos. Estos cambios, difíciles de detectar en lo inmediato, podrían estar gestando una lenta pero profunda reconfiguración de la conciencia. Más que un fenómeno colectivo en sentido estricto, aunque inevitablemente también lo roce, parece operar en la intimidad de cada individuo, en ese espacio interior donde se entrelazan la percepción y la experiencia de lo trascendente.

Quizás su propósito no sea tanto transformar a la humanidad como un todo, sino acompañar, provocar o catalizar un proceso de actualización interna en quienes logran conectar con esta realidad. Es como si el fenómeno buscara un diálogo personal, una conversación silenciosa con la mente y el espíritu de cada ser humano dispuesto a mirar más allá de los límites de su propio mapa de realidad.

Así, en su aparente neutralidad, el fenómeno actúa como un disruptor dinámico que estimula en cada uno la posibilidad de expandir la conciencia, de repensarse, de recordar algo que siempre ha estado ahí, esperando ser reconocido. Quizás conectar con su propia alma. Lo que nos hace humanos.



JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.


 



domingo, 28 de septiembre de 2025

ATRAPADOS EN LA LITERALIDAD: LAS ARENAS MOVEDIZAS DE LA TEORIZACIÓN OVNI

 





Durante décadas, gran parte de la teorización sobre el fenómeno OVNI se ha cimentado sobre un terreno que se creía firme y a prueba de terremotos. Para muchos ufólogos, el análisis de los miles de incidentes registrados en todo el mundo ofrecía una interpretación aparentemente sencilla que indudablemente estaba asociada a una imagen diáfana y reveladora que no dejaba lugar a las dudas: estábamos ante máquinas físicas y tecnológicas, pilotadas por seres inteligentes que visitan nuestro planeta. Solo había que encajar esta premisa en la respuesta adecuada. Asumíamos como punto de partida que no eran humanos, por tanto se abría debate para buscar orígenes.

Y pronto se olvidó algo fundamental; los casos.

Se asumió que, al haber obtenido una visión de conjunto a partir de cientos de informes, ya no era necesario profundizar en los incidentes de manera individual, ni darle más vueltas al asunto. Incluso se pensaba que gran parte de la casuística obedecía a otras causas por lo que no merecía la pena perder el tiempo en los incidentes más bizarros.

La idea principal del fenómeno OVNI ya había sido captada mediante una traducción literal de los relatos más simples. Aunque en ese proceso había un riego considerable. Se perdía la riqueza de matices que ofrecían la mayoría de las experiencias y, en definitiva, la verdadera dimensión del fenómeno.

Por tanto, la conclusión de las naves y seres, tomada casi como palabra de ley para empezar a especular sobre el origen del fenómeno OVNI, podría ser un espejismo que ha limitado nuestra comprensión real de estas manifestaciones. Por lo que una gran cantidad de planteamientos sobre la naturaleza de los platillos volantes estaban erigidas sobre arenas movedizas.

Y es que la mayoría de las hipótesis —desde los extraterrestres llegados de sistemas estelares remotos, hasta las teorías sobre intraterrestres, seres interdimensionales, viajeros del tiempo o incluso descendientes de antiguas civilizaciones como la Atlántida— se han construido sobre una base inestable: interpretar, de forma literal, los avistamientos como evidencias de naves físicas y seres concretos. Y ojo: esto no significa negar la existencia del fenómeno OVNI, sino cuestionar la interpretación textual de sus manifestaciones, esa tendencia a dar por hecho que lo observado es necesariamente una realidad material, un objeto tangible presente del mismo modo en que lo está un avión o una montaña.

 ¿Y por qué deberíamos de dudar de la escenografía mostrada por los platillos volantes? Dirían algunos… ¿No parece claro a qué nos enfrentámos?

Las sospechas estaban más que justificadas. Muy justificadas.

La casuística OVNI, es decir, el conjunto de miles de reportes, testimonios, documentos y registros alrededor del mundo presenta un panorama mucho más complejo, desconcertante y, en muchos casos, incompatible con las interpretaciones tan literalistas que no contemplan que lo observado pueda ser un señuelo o una pantalla sensorial.

Quizás, más bien, estemos frente a un escenario que se nos presenta como real, pero que no corresponde del todo con una “realidad intrínseca”. En otras palabras, lo que observamos puede ser un montaje de la percepción en conjunción con un fenómeno desconocido, que no necesariamente implica máquinas ni visitantes con pasaporte galáctico. Quizás podría ser una pantalla sensorial.

No hay certezas, con los relatos de los testigos sobre la mesa, que los “objetos” o “seres” observados correspondan a una realidad objetivable. En estas 8 décadas de investigación persisten las dudas.

Si nos fijamos con atención, comprobaremos que los informes describen fenómenos que desafían nuestras nociones físicas y temporales: apariciones que se desvanecen sin dejar rastro, continuos cambios de forma, ausencia de uniformidad en las observaciones, grandes alteraciones perceptivas en los testigos y coincidencias con fenómenos psíquicos o parapsicológicos.

Y por si fuera poco, la conexión del fenómeno OVNI con otro tipo de manifestaciones extraordinarias, sobrenaturales, milagrosas o forteanas registradas a lo largo de la historia, que han adoptado mil y una máscaras —desde apariciones religiosas, encuentros con entidades sobrenaturales, luces en el cielo, hasta fenómenos vinculados al folclore ancestral— ofrece una perspectiva mucho más amplia en el contexto histórico. Estos paralelismos no solo muestran que no estamos ante un fenómeno exclusivamente moderno, sino que sugieren que sus manifestaciones se arrastran a través de los siglos, adaptándose culturalmente a cada época y sociedad, tomando la forma que mejor encaja con el marco de creencias del momento. Por ello, hay suficientes indicios para considerar que lo observado dista mucho de poder interpretarse de forma literal, y que su verdadera naturaleza podría resultar mucho más ambigua y compleja de lo que las explicaciones convencionales han estado dispuestas a admitir, al apoyarse únicamente en la apariencia de lo visible.

En definitiva, podría resumirse en la idea de que lo que percibimos con nuestros sentidos no corresponde exactamente con la realidad objetiva, sino que está alterado, filtrado o distorsionado de alguna manera.

En pocas palabras, esto implica que las teorías más difundidas sobre los OVNIs se han confeccionado a partir de la “pantalla sensorial” creada por la interacción de los testigos con el propio fenómeno; es decir, sobre la idea de que “algo” o “alguien” nos visita a bordo de supermáquinas físicas, hechas de tuercas y tornillos. Durante décadas, ese punto de vista mecanicista y tecnológico condicionó y sugestionó a la comunidad OVNI, orientando las interpretaciones hacia la idea de visitantes espaciales tangibles, mientras otras posibilidades quedaban relegadas o ignoradas.

Y es que bajo ese poderoso concepto, prácticamente cualquier hipótesis sobre su origen nos vale: naves de Orión, portales dimensionales, civilizaciones perdidas, humanos del futuro. Sin embargo, ninguna de estas conjeturas ha podido explicar de manera conveniente el contenido de los extravagantes archivos ufológicos más allá de esas primeras capas. 

Estas ideas sin profundidad alguna en la literatura ovni, de naves y entidades también ha favorecido que la teorización en torno al fenómeno alcance niveles muy curiosos. Desde este enfoque, se han interpretado las supuestas acciones y conductas de los presuntos ocupantes de los “platillos volantes” bajo prismas que responden más a nuestras propios sesgos culturales. Así, se habla de civilizaciones que mantienen “convenios cósmicos” para no interferir en el desarrollo de especies con menor evolución tecnológica o espiritual, de visitantes que estarían llevando a cabo experimentos genéticos con los seres humanos, de viajeros en el tiempo realizando estudios antropológicos o de entidades dimensionales que nos manipulan con fines oscuros. Sin embargo, todas estas narrativas no hacen más que proyectar sobre el fenómeno nuestros propios arquetipos y expectativas, reforzando una interpretación literal.

Lejos de acercarnos a la verdad, esta síntesis del fenómeno ha generado una maraña de interpretaciones donde la imaginación ha suplido a la evidencia.

Cuando se especula con tanta libertad sobre el posible comportamiento de los presuntos ocupantes de los OVNIs, proyectando sobre ellos nuestros estereotipos culturales, sociales e intelectuales, se termina levantando un andamiaje teórico cada vez más intrincado. Este armazón, basado en gruesas lecturas sobre los informes ufológicos, permite que surjan y se encadenen infinidad de ideas que se apoyan unas a otras, formando un enorme y completo edificio teórico. Por eso, quienes adoptan estas creencias encuentran cada vez más difícil cuestionarlas, simplemente porque un buen número de incidentes las contradiga. Esta dinámica explica por qué resulta tan complicado que nuevas tesis o enfoques ganen terreno: para aceptarlos, muchos deberían reconstruir por completo el entramado de ideas que han asumido, un vasto sistema de creencias que no solo atribuye al fenómeno una paternidad alienígena, interdimensional o ultraterrena, sino que además sostiene toda una narrativa que se extiende mucho más allá de esa etiqueta; desde experimentos genéticos, salvaguarda de la humanidad por hermanos cósmicos o incluso pérfidas entidades controladoras.

Incluso científicos e investigadores ajenos a la ufología, que ocasionalmente se han acercado al fenómeno para dar su opinión, han terminado elaborando análisis y teorías basadas en ese mismo concepto superficial. Y aunque su intención haya sido aportar un enfoque académico, suelen tropezar con la misma piedra. Añaden nuevas capas de confusión, reforzando la idea de que el fenómeno puede entenderse únicamente como “naves y seres”, cuando la casuística real sugiere un escenario mucho más etéreo y difuso.

Hoy día, un gran número de estudiosos plantean que tal vez el verdadero desafío sea despojarse de los viejos esquemas y analizar la casuística con una mirada fresca, que contemple dimensiones desconocidas de la realidad, fenómenos de la conciencia humana o incluso aspectos aún no comprendidos de la física y la percepción. Porque si algo ha demostrado el fenómeno OVNI, es su capacidad de desbordar nuestras categorías mentales y  plantar cara a las explicaciones simples. No en vano, después de más de siete décadas de investigación y debate, seguimos intentando aproximarnos a su verdadera naturaleza sin obtener avances concluyentes. El enigma OVNI no solo pulveriza nuestras explicaciones más simples, sino que nos obliga a replantearnos seriamente qué entendemos por realidad.

En definitiva, cualquier hipótesis que no parta de un análisis profundo y riguroso de la casuística ufológica, o buena parte de ella, quedará reducida a aproximaciones vagas, parciales y sesgadas, sin el sustento necesario ni la capacidad de contrastarse con los abundantes archivos y registros acumulados durante décadas.

 



JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.


sábado, 6 de septiembre de 2025

LA TEORÍA DE LA DISTORSIÓN: UNA FRONTERA PARA ENTENDER LOS ENCUENTROS CON LO IMPOSIBLE


Durante décadas, el fenómeno OVNI ha sido abordado principalmente desde dos grandes marcos explicativos: el modelo extraterrestre clásico, que postula que los informes señalan la visita clandestina de seres procedentes de otros mundos, y el modelo psicosocial, que interpreta los avistamientos como construcciones culturales, errores perceptivos, engaños o mitologías modernas (sustitutos de la religión). Sin embargo, ambos enfoques han demostrado limitaciones: uno tiende a la excesiva credulidad sin evidencia concluyente; mientras que el otro, al reduccionismo escéptico que ignora la riqueza y complejidad del fenómeno.

DISTORSIÓN: UNA FRONTERA PARA ENTENDER LOS ENCUENTROS CON LO IMPOSIBLE

Durante décadas, el fenómeno OVNI ha sido abordado principalmente desde dos grandes marcos explicativos: el modelo extraterrestre clásico, que postula que los informes señalan la visita clandestina de seres procedentes de otros mundos, y el modelo psicosocial, que interpreta los avistamientos como construcciones culturales, errores perceptivos, engaños o mitologías modernas (sustitutos de la religión). Sin embargo, ambos enfoques han demostrado limitaciones: uno tiende a la excesiva credulidad sin evidencia concluyente; mientras que el otro, al reduccionismo escéptico que ignora la riqueza y complejidad del fenómeno.

En este contexto, la teoría de la Distorsión representaría una vía intermedia. No niega la realidad del fenómeno, pero la redefine más allá de su aparente literalidad. No rechaza los testimonios pero los reinterpreta entendiendo que lo percibido no es necesariamente lo que se cree ver.

EL NÚCLEO DE LA DISTORSIÓN: UNA EXPERIENCIA INDUCIDA Y PERSONALIZADA

La Teoría de la Distorsión (TD) propone que los encuentros cercanos son reales, sí, pero lo que vemos no lo es. No se trata de naves espaciales ni de seres biológicos. Lo que el testigo percibe y siente es una especie de proyección inmersiva, una experiencia vívida que parece venir de fuera, pero que en realidad nace en parte de su propia mente. Eso sí, impulsada por un “agente externo” que, hasta ahora, sigue siendo un misterio pero que opera desde lo que se podría considerar porciones de la realidad desconocida.

Este agente —del que nada se conoce aún salvo su capacidad de interactuar hasta límites insospechados con la mente humana— utiliza el banco de recuerdos, ideas, emociones y creencias del testigo para construir una experiencia única, irrepetible y, que en muchos casos, se revela como profundamente transformadora. Estaríamos pues, ante una "distorsión de la realidad que activa arquetipos mentales muy profundos y atávicos. Asimismo, los abundantes casos documentados en los que se menciona algún tipo de comunicación entre la mente humana y el fenómeno, ya sea a través de respuestas en los movimientos de los objetos a los pensamientos del observador, experiencias de telepatía, presentimientos o premoniciones de futuros encuentros, llamadas inexplicables y otros episodios semejantes, sugieren la existencia de una conexión que podría ser clave para entender el fenómeno.

LOS PUNTOS OSCUROS QUE EXPLICA LA DISTORSIÓN

1.- LA NO REPETICIÓN: La variedad de formas y entidades descritas en los testimonios resulta asombrosa: se habla de naves con aspecto de calderos, de platillos volantes, de humanoides enfundados en trajes ceñidos con antenas relucientes, e incluso de figuras con apariencia animal o robótica. Esta diversidad, lejos de ofrecer un patrón uniforme, parece reflejar tanto la imaginación del observador como las expectativas culturales y tecnológicas de cada época, conformando un mosaico simbólico que cambia y se adapta con el tiempo.

La TD explica esta infinita galería de tropa espacial como una consecuencia derivada de un proceso entre el agente humano y el psiquismo de los testigos. Según esta visión, la mente humana no percibe el evento tal cual es, sino que lo "traduce" o recubre simbólicamente, utilizando elementos disponibles en su entorno cultural, emocional e imaginativo. Es un proceso de adaptación que actúa como una especie de filtro mental o barniz terrenal, necesario para hacer comprensible lo vivido. Este recubrimiento simbólico cubre un doble propósito, no solo permite procesar cognitivamente la experiencia, sino que también la integra dentro de un marco de sentido personal, social y cultural. Así, lo que podría ser una realidad inasumible o ajena se transforma en una narración aceptable, aunque llena de ambigüedades, que se ajusta a las coordenadas mentales del testigo o de la sociedad.

2.- EL ABSURDO: La mayoría de los investigadores nunca han podido integrar o convivir con el factor absurdo omnipresente en muchos eventos ufológicos. Y es que muchos encuentros tienen una estructura similar a los sueños: acciones inconexas, elementos mundanos incrustados en escenarios tecnológicos, desapariciones súbitas, alteraciones espacio temporales, etc. Esto se entiende dentro de la TD como el resultado de una experiencia no sujeta a las leyes físicas habituales, sino a la lógica del inconsciente, ya que el proceso que lleva a la manifestación de estos fenómenos se produce en una porción de realidad que podríamos considerar intermedia entre lo externo y lo interno. Lo físico y lo psíquico.

3.- LA CARGA PSÍQUICA: Los testigos suelen recordar la experiencia como intensamente real aunque en ocasiones parezca algo ilusoria, onírica o imaginal. Esto es coherente con la idea de una experiencia diseñada para impactar en la conciencia humana, no necesariamente para ser comprendida dentro de nuestros parámetros.

4.- LA FALTA DE EVIDENCIAS FÍSICAS: Las manifestaciones del fenómeno aunque materiales en ocasiones, mantienen una ambigua existencia dual física/psíquica, en un nivel que está fuera del alcance de nuestro entendimiento mecanicista.

EL TESTIGO COMO CO-CREADOR

Uno de los elementos fundamentales de la TD es su concepción del testigo como coautor de la experiencia. No es un receptor pasivo que observa un objeto externo, sino un participante activo cuya mente, llegado el momento, proporciona el material con el que el fenómeno se reviste. Esto no implica que todo sea subjetivo o imaginado. Muy por el contrario: la experiencia es impuesta desde fuera, pero construida desde dentro.

Este modelo abre nuevas vías para comprender no solo los encuentros OVNI, sino también fenómenos extraordinarios de carácter visionario como apariciones religiosas, experiencias con difuntos, experiencias chamánicas, o incluso manifestaciones del folclore antiguo. Todos ellos podrían ser variantes culturales de un mismo núcleo de Distorsión. La TD no solo ofrece un marco explicativo para los encuentros anómalos sino que también plantea preguntas sobre la naturaleza de la realidad, la conciencia y los límites de lo humano. ¿Qué o quién es el agente externo? ¿Con qué fin se induce la experiencia? ¿Es esta distorsión una forma de contacto simbólico con una inteligencia no humana? ¿O es una especie de prueba, una simulación destinada a confrontarnos con lo desconocido en nuestra propia psique?

CONCLUSIÓN: UNA NUEVA FRONTERA

La TD no busca de ninguna de las maneras eliminar el componente desconocido del fenómeno, sino replantear los conceptos e ideas que han estado presentes en la literatura ufológica desde sus orígenes. No afirma que los testigos mientan, ni niega que algo real fuera de nuestro alcance esté ocurriendo. Lo que propone es una forma interpretar el fenómeno: no como una intrusión física de entidades extraterrestres, sino como una interacción simbólica con una realidad aún no definida, capaz quizás de expandir la conciencia humana hacia nuevas y reveladoras fronteras cognitivas.

 

 



 JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.


jueves, 4 de septiembre de 2025

LA TEORÍA DE LA DISTORSIÓN: CUANDO LA REALIDAD SE DOBLA

 



Por décadas, luces imposibles, figuras misteriosas y fenómenos inexplicables han desconcertado a investigadores y curiosos de medio mundo. Pero, ¿y si todos esos episodios —desde los platillos volantes hasta las apariciones marianas— fueran manifestaciones con un mismo origen?

Esa es la apuesta de la Teoría de la Distorsión (TD), y que vamos a explicar brevemente.

Para empezar hay que aclarar que la TD sostiene que el fenómeno es externo e independiente del ser humano. No nace en nuestra mente ni en nuestra imaginación, aunque sin embargo, parta de lo manifestado está muy vinculado a nuestro psiquismo.

En un primer instante, cuando irrumpe en nuestra realidad, el fenómeno lo hace con un patrón reconocible: luces en el cielo, luminarias, entidades vagas, sonidos extraños o sensaciones de presencias invisibles. Los datos recopilados durante años apuntan en la misma dirección: estas manifestaciones pueden interactuar con nuestro entorno, mostrando diferentes grados de corporeidad. Hay casos documentados que registran alteraciones en campos electromagnéticos, huellas físicas en el terreno o en la vegetación e, incluso, efectos fisiológicos en los testigos, desde mareos y desorientación hasta quemaduras en la piel. Todo esto indica que, en ocasiones, aunque no siempre, el fenómeno adquiere una presencia material que no puede pasarse por alto.

Pero lo más extraño, es que el fenómeno parece moverse en una frontera difusa entre lo físico y lo no físico. En ocasiones, se manifiesta con una presencia marcadamente tangible, aunque con cierta ambigüedad: deja huellas en el terreno, altera dispositivos electrónicos, provoca cambios medibles en el ambiente e incluso genera efectos fisiológicos en los testigos. Pero en otras, su naturaleza es completamente inasequible, como si se tratara de un evento puramente psíquico, limitado a la experiencia subjetiva de quien lo presencia pese a que externamente, la visión parece estar hecha de la misma "sustancia" que la realidad misma.

Esta dualidad desconcierta a los investigadores porque rompe con la lógica tradicional de lo observable. Es como si el fenómeno pudiera oscilar entre diferentes estados de existencia, adaptándose a condiciones que todavía no comprendemos. En ocasiones, su irrupción en nuestra realidad es tan física y evidente que deja rastros medibles, sin embargo, en otros momentos parece permanecer en un plano intermedio, intangible, donde solo puede ser percibido por algunos testigos, sin que quede ningún registro material que lo respalde, pero, incomprensiblemente puede ser compartida por más personas. Esta capacidad de alternar entre lo físico y lo no físico sugiere que el fenómeno no está limitado por las leyes que rigen nuestro espacio-tiempo, lo que lo coloca más cerca de una interacción multidimensional que de una presencia estrictamente material.

El núcleo de la distorsión ocurre cuando el fenómeno “sintoniza” con la psique humana. Esta conexión puede darse por cercanía, exposición prolongada, sensibilidad del testigo o por una especie de coincidencia de frecuencias entre el observador y la manifestación. Cuando se establece ese contacto, el fenómeno se vuelve maleable. Su apariencia comienza a responder —no de forma consciente, sino automática— a los contenidos inconscientes de la mente del testigo. Es en ese momento cuando se produce la distorsión propiamente dicha: la nueva realidad se adapta, se filtra, y el observador percibe el fenómeno con un envoltorio culturalmente comprensible.

Este mecanismo explicaría por qué las descripciones de estas manifestaciones han cambiado con el tiempo y porque muestran una interminable inestabilidad estética, ya que cada observador reinicia de alguna manera el fenómeno a su forma. En épocas pasadas, los testigos hablaban de ángeles, demonios o vírgenes; durante el siglo XIX, de hadas, duendes o luces errantes; y a partir de mediados del siglo XX, de platillos volantes, naves y seres extraterrestres. No se trata de un disfraz ni de una intención de engaño por parte de inteligencias alienígenas. Es simplemente una consecuencia natural del contacto: el fenómeno, al entrar en conjunción con la psique del testigo, adopta la forma más coherente y comprensible dentro del marco del imaginario humano, integrando símbolos, creencias y referencias culturales propias de cada época. Pero más allá de un simple filtro perceptivo, lo que sugiere la teoría es algo aún más inquietante, ya que la mente humana no solo distorsiona el contenido de lo observado, sino que interfiere directamente en la naturaleza del fenómeno, participando activamente en la configuración de su apariencia, como si la conciencia del observador tuviera la capacidad de moldear, en tiempo real, la materia o corporeidad que este despliega ante nosotros.

Otro aspecto inquietante de la distorsión es que no todos los testigos perciben lo mismo. Incluso cuando varias personas presencian el mismo evento, cada una puede describirlo de manera diferente. Esto sugiere que la “forma final” del fenómeno no es completamente estática, sino que puede variar según la mente que lo procesa, como si cada percepción fuese un reajuste personal con esta nueva realidad aunque se en detalles sobre el mismo conjunto. Este patrón se repite en manifestaciones históricas que abarcan campos tan diversos como la ufología, la criptozoología, las apariciones marianas, los fenómenos parapsicológicos e incluso los sucesos forteanos.

Quizás, en ese delgado punto de conexión entre lo desconocido y la conciencia humana, se encuentre la clave de un misterio que, desde hace siglos, continúa desafiando a científicos, investigadores y curiosos de todo el mundo.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.


domingo, 10 de agosto de 2025

¿SUEÑA LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL CON OVNIS ELÉCTRICOS?

 





En los últimos años, las inteligencias artificiales (IA) han irrumpido con fuerza en nuestras vidas, transformando radicalmente nuestra forma de trabajar y de entretenernos. Pero, sobre todo, las IA que generan imágenes nos han ofrecido una nueva y sorprendente forma de mirar el mundo. Han producido escenas y videos que parecen salidos de un sueño… o de la imaginación de algún explorador interestelar. Muchas de sus creaciones despiertan asombro y desconcierto por su carácter original y casi alienante. Son imágenes que no se asemejan a nada que hayamos visto antes y que, sin embargo, ejercen un inexplicable e irresistible magnetismo.

Las imágenes generadas por IA a menudo tienen un aire inquietante porque mezclan lo familiar con lo extraño, creando rostros y escenas que parecen casi reales, pero con detalles que no encajan y resultan turbadoras. Son composiciones de alta singularidad. Auténticas rarezas. Una nueva forma de presentar la realidad bajo una mirada que no pertenece del todo al ser humano. No estábamos entrenados para su “arte”.

Curiosamente, esta atmósfera irreal, casi sobrenatural que aparece en nuestra pantallas, a medio camino entre lo grotesco y lo sublime, encuentra un eco inesperado en otro ámbito. En un terreno donde no se esperaría hallar esta hermandad.

En los relatos de encuentros cercanos con ovnis.

Desde mediados del siglo XX, miles de testigos han reportado supuestos contactos con civilizaciones extraterrestres. El contenido de sus narraciones no era lo esperado. Lejos de presentarse como una visitación alienígena coherente, los archivos de los ufólogos mostraban una narrativa confusa y desordenada, donde lo más mundano se acoplaba con lo extraordinario. Hay casos en los que un platillo volante aterriza junto a un corral para robarse unos conejos causando estupor como los protagonistas de una mala película de serie B, así como sucesos donde unos  ocupantes de aspecto humanoide, enfundados en trajes de astronautas, se mueven como si caminaran sobre la superficie lunar. Incluso hay decenas de crónicas de criaturas aparentemente surgidas de las profundidades del cosmos que actúan con gestos torpes o ridículos, auxiliadas de tecnologías que, vistas bajo la mirada del hombre del siglo XXI nos parecen anticuadas o impostadas. De cartón piedra.

Tal ha sido la explosión de extrañeza que trajo estas bombas ufológicas, que los investigadores se vieron obligados a ampliar sus hipótesis casi hasta el infinito para intentar darles algún sentido más allá de los extraterrestres. Por esta razón el estudio de los ovnis es un terreno fértil para la confusión y la anarquía de pensamiento.

Lo curioso es que tanto en el material generado por IA como el recogido en los cuadernos de campo de los ufólogos aparece un patrón inquietante: la composición no encaja del todo con lo que nuestra mente espera, aunque por el contrario si es capaz de reconocer trazos que funcionan como perfectos asideros para la construcción de una “identificación”.

La IA, utiliza millones de imágenes, combinando estilos, épocas y objetos de manera no lineal, produciendo “errores”, perspectivas imposibles y composiciones sumamente escalofriantes. De manera similar, los encuentros cercanos con ovnis se asemejan a un collage mal ensamblado, una sucesión de imágenes hipnóticas que buscan telegrafiar una idea, pero cuyo significado no se concreta del todo. Cómo si fuera una transmisión inacaba, defectuosa o emitida por una fuente que no procesa el lenguaje de forma análoga a nuestra forma de comunicar. Los platillos volantes estaban humanizados como si los alienígenas hubieran desarrollado una ciencia calcada de la nuestra.

En ambos casos, en la IA y los ovnis, lo absurdo puede tener una lectura más allá del fallo, entendiéndolo como parte esencial de su lenguaje que quizás quiere sintetizar y expresar algo fuera de nuestro alcance pero no demasiado lejos. Hay, sin embargo, un rasgo claro que comparten tanto las imágenes generadas por la IA como las visiones de platillos volantes: una cualidad perturbadora. Rompen nuestros esquemas mentales y nos obligan a pensar… o, mejor dicho, a repensar.

Rompen nuestros automatismos cognitivos, la rutina perceptual salta por los aires y abren un espacio nuevo de interpretación. La visión de una maquina pilotada por ufonautas en mitad de nuestro jardín nos obliga a replantearnos qué entendemos por real, por coherente y por significativo.

Podría decirse que la IA, al intentar imitar nuestro complejo mundo sin entenderlo completamente, crea imágenes que hablan un lenguaje propio. Un código bizarro y híbrido, que no es ni humano ni totalmente computacional. De forma análoga, muchos encuentros ovni parecen intentos de copiar y procesar nuestra forma de pensar. Nuestra tecnología y hasta nuestra cultura. Ambos son sistemas replicantes y parasitarios. Crean algo a partir de algo ya existente.

 Tanto la IA como el hipotético “alienígena” de otro mundo parecen ensayar formas de comunicación que inevitablemente chocan con nuestras convenciones culturales y estéticas. Quizás nuestra psique irrumpe en esta comunicación con sus filtros y es la que desencadena esa tormenta de ruido “visual” que encontramos en los encuentros cercanos. Porque al igual que la IA se conecta a nuestras bases de datos para aprender, este fenómeno desconocido podría valerse de su interacción con la psique de los observadores para elaborar su manifestación. Nosotros somos la “base de datos” de los ovnis.

Pero no solo la inteligencia artificial o  los encuentros cercanos despliegan este lenguaje extravagante y enigmático. Existe otro agente, más antiguo y profundamente humano, que comparte estas características: el mundo onírico. ¿Es posible que los sueños tengan algunas claves para desvelar los secretos de estas manifestaciones?


LA INTERFAZ OCULTA ENTRE SUEÑOS, IA Y OVNIS

A nadie se le escapa que los sueños también transforman de manera magistral, noche tras noche, lo cotidiano en símbolos crípticos y construyen mundos desde cero para presentar complejas narrativas indistinguibles de la realidad. En los sueños lo irracional y lo familiar conviven abrazados, y fabrican imágenes o escenas que desafían la razón convencional, aunque mientras dormimos no nos damos cuenta. Hay que recordar que los sueños es el territorio liminal por excelencia, frontera entre lo consciente y lo inconsciente, y donde se a veces emergen fenómenos desconcertantes como las premoniciones.

En este sentido, el universo onírico funciona como un puente entre la experiencia humana y formas de percepción o comunicación que trascienden la lógica racional, muy parecido a lo que sucede con las creaciones de la IA y los encuentros con lo inexplicable.

El modus operandi de los sueños, con su capacidad para articular arquetipos, metáforas y ficciones que no siguen las reglas de la lógica consciente, podría ofrecer una clave fundamental para comprender estos fenómenos visionarios. Es posible que lo que llamamos encuentros cercanos sea el resultado de una interacción compleja entre la psique humana y un agente externo desconocido donde la mente, al intentar dar sentido a la comunicación, genera una capa simbólica y perceptual que actúa como filtro “traductor”. Esta "interfaz" no sería más que una manifestación de un fenómeno cognitivo ancestral, un espacio compartido donde lo interno y lo externo se entrelazan, dando forma a experiencias que trascienden nuestra comprensión habitual pero que, a la vez, reflejan profundamente la naturaleza humana en su intento constante por traducir lo desconocido a un lenguaje propio.

En cierto modo las visiones ufológicas del siglo XX fueron la manifestación más “viral” de un fenómeno adaptativo, cuyo contenido “tecnológico” no es más que el envoltorio moderno de un mensaje más profundo y atávico. Hay que entender que una visión que bordea lo sobrenatural o lo extraordinario, produce una fisura en nuestra psique, movilizando áreas profundas poco exploradas. Al fin y al cabo, más allá de la parafernalia de una puesta en escena espectacular, estas apariciones nos incitan a reconstruir la noción de "realidad" desde marcos de referencia distintos a nuestras lógicas cotidianas y culturalmente condicionadas desde nuestra niñez. Ese puede ser el punto de partida.

Es posible que este aprendizaje que hemos llamado encuentros con platillos volantes y ocupantes se exprese a través de un lenguaje nuevo, cargado de símbolos, errores y momentos de pura poesía absurda. Quizá, al final, tanto la IA, el sueño como el ovni estén comunicándonos lo mismo: que la realidad tiene más versiones de las que podemos concebir, y que la más sorprendente de todas podría ser aquella que todavía no hemos aprendido a leer.



JOSE ANTONIO CARAV@CA

Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.