En los últimos años, las inteligencias artificiales (IA) han irrumpido con fuerza en nuestras vidas, transformando radicalmente nuestra forma de trabajar y de entretenernos. Pero, sobre todo, las IA que generan imágenes nos han ofrecido una nueva y sorprendente forma de mirar el mundo. Han producido escenas y videos que parecen salidos de un sueño… o de la imaginación de algún explorador interestelar. Muchas de sus creaciones despiertan asombro y desconcierto por su carácter original y casi alienante. Son imágenes que no se asemejan a nada que hayamos visto antes y que, sin embargo, ejercen un inexplicable e irresistible magnetismo.
Las imágenes generadas por IA a menudo tienen un aire
inquietante porque mezclan lo familiar con lo extraño, creando rostros y
escenas que parecen casi reales, pero con detalles que no encajan y resultan turbadoras.
Son composiciones de alta singularidad. Auténticas rarezas. Una nueva forma de
presentar la realidad bajo una mirada que no pertenece del todo al ser humano.
No estábamos entrenados para su “arte”.
Curiosamente, esta atmósfera irreal, casi sobrenatural que
aparece en nuestra pantallas, a medio camino entre lo grotesco y lo sublime,
encuentra un eco inesperado en otro ámbito. En un terreno donde no se esperaría
hallar esta hermandad.
En los relatos de encuentros cercanos con ovnis.
Desde mediados del siglo XX, miles de testigos han reportado
supuestos contactos con civilizaciones extraterrestres. El contenido de sus
narraciones no era lo esperado. Lejos de presentarse como una visitación
alienígena coherente, los archivos de los ufólogos mostraban una narrativa confusa
y desordenada, donde lo más mundano se acoplaba con lo extraordinario. Hay
casos en los que un platillo volante aterriza junto a un corral para robarse
unos conejos causando estupor como los protagonistas de una mala película de
serie B, así como sucesos donde unos ocupantes de aspecto humanoide, enfundados en
trajes de astronautas, se mueven como si caminaran sobre la superficie lunar.
Incluso hay decenas de crónicas de criaturas aparentemente surgidas de las profundidades
del cosmos que actúan con gestos torpes o ridículos, auxiliadas de tecnologías
que, vistas bajo la mirada del hombre del siglo XXI nos parecen anticuadas o
impostadas. De cartón piedra.
Tal ha sido la explosión de extrañeza que trajo estas bombas
ufológicas, que los investigadores se vieron obligados a ampliar sus hipótesis
casi hasta el infinito para intentar darles algún sentido más allá de los
extraterrestres. Por esta razón el estudio de los ovnis es un terreno fértil
para la confusión y la anarquía de pensamiento.
Lo curioso es que tanto en el material generado por IA como
el recogido en los cuadernos de campo de los ufólogos aparece un patrón
inquietante: la composición no encaja del todo con lo que nuestra mente espera,
aunque por el contrario si es capaz de reconocer trazos que funcionan como
perfectos asideros para la construcción de una “identificación”.
La IA, utiliza millones de imágenes, combinando estilos,
épocas y objetos de manera no lineal, produciendo “errores”, perspectivas
imposibles y composiciones sumamente escalofriantes. De manera similar, los
encuentros cercanos con ovnis se asemejan a un collage mal ensamblado, una
sucesión de imágenes hipnóticas que buscan telegrafiar una idea, pero cuyo
significado no se concreta del todo. Cómo si fuera una transmisión inacaba,
defectuosa o emitida por una fuente que no procesa el lenguaje de forma análoga
a nuestra forma de comunicar. Los platillos volantes estaban humanizados como
si los alienígenas hubieran desarrollado una ciencia calcada de la nuestra.
En ambos casos, en la IA y los ovnis, lo absurdo puede tener
una lectura más allá del fallo, entendiéndolo como parte esencial de su
lenguaje que quizás quiere sintetizar y expresar algo fuera de nuestro alcance pero
no demasiado lejos. Hay, sin embargo, un rasgo claro que comparten tanto las
imágenes generadas por la IA como las visiones de platillos volantes: una
cualidad perturbadora. Rompen nuestros esquemas mentales y nos obligan a pensar…
o, mejor dicho, a repensar.
Rompen nuestros automatismos cognitivos, la rutina perceptual
salta por los aires y abren un espacio nuevo de interpretación. La visión de una maquina pilotada por ufonautas en mitad de nuestro jardín nos obliga a
replantearnos qué entendemos por real, por coherente y por significativo.
Podría decirse que la IA, al intentar imitar nuestro complejo
mundo sin entenderlo completamente, crea imágenes que hablan un lenguaje propio.
Un código bizarro y híbrido, que no es ni humano ni totalmente computacional. De
forma análoga, muchos encuentros ovni parecen intentos de copiar y procesar nuestra
forma de pensar. Nuestra tecnología y hasta nuestra cultura. Ambos son sistemas
replicantes y parasitarios. Crean algo a partir de algo ya existente.
Tanto la IA como el
hipotético “alienígena” de otro mundo parecen ensayar formas de comunicación
que inevitablemente chocan con nuestras convenciones culturales y estéticas. Quizás
nuestra psique irrumpe en esta comunicación con sus filtros y es la que
desencadena esa tormenta de ruido “visual” que encontramos en los encuentros
cercanos. Porque al igual que la IA se conecta a nuestras bases de datos para
aprender, este fenómeno desconocido podría valerse de su interacción con la
psique de los observadores para elaborar su manifestación. Nosotros somos la
“base de datos” de los ovnis.
Pero no solo la inteligencia artificial o los encuentros cercanos despliegan este
lenguaje extravagante y enigmático. Existe otro agente, más antiguo y
profundamente humano, que comparte estas características: el mundo onírico. ¿Es
posible que los sueños tengan algunas claves para desvelar los secretos de estas
manifestaciones?
LA INTERFAZ OCULTA ENTRE SUEÑOS, IA Y OVNIS
A nadie se le escapa que los sueños también transforman de
manera magistral, noche tras noche, lo cotidiano en símbolos crípticos y
construyen mundos desde cero para presentar complejas narrativas
indistinguibles de la realidad. En los sueños lo irracional y lo familiar
conviven abrazados, y fabrican imágenes o escenas que desafían la razón
convencional, aunque mientras dormimos no nos damos cuenta. Hay que recordar
que los sueños es el territorio liminal por excelencia, frontera entre lo
consciente y lo inconsciente, y donde se a veces emergen fenómenos
desconcertantes como las premoniciones.
En este sentido, el universo onírico funciona como un puente
entre la experiencia humana y formas de percepción o comunicación que
trascienden la lógica racional, muy parecido a lo que sucede con las creaciones
de la IA y los encuentros con lo inexplicable.
El modus operandi de los sueños, con su capacidad para
articular arquetipos, metáforas y ficciones que no siguen las reglas de la
lógica consciente, podría ofrecer una clave fundamental para comprender estos
fenómenos visionarios. Es posible que lo que llamamos encuentros cercanos sea
el resultado de una interacción compleja entre la psique humana y un agente
externo desconocido donde la mente, al intentar dar sentido a la comunicación,
genera una capa simbólica y perceptual que actúa como filtro “traductor”. Esta
"interfaz" no sería más que una manifestación de un fenómeno
cognitivo ancestral, un espacio compartido donde lo interno y lo externo se
entrelazan, dando forma a experiencias que trascienden nuestra comprensión
habitual pero que, a la vez, reflejan profundamente la naturaleza humana en su
intento constante por traducir lo desconocido a un lenguaje propio.
En cierto modo las visiones ufológicas del siglo XX fueron la
manifestación más “viral” de un fenómeno adaptativo, cuyo contenido
“tecnológico” no es más que el envoltorio moderno de un mensaje más profundo y
atávico. Hay que entender que una visión que bordea lo sobrenatural o lo
extraordinario, produce una fisura en nuestra psique, movilizando áreas
profundas poco exploradas. Al fin y al cabo, más allá de la parafernalia de una
puesta en escena espectacular, estas apariciones nos incitan a reconstruir la
noción de "realidad" desde marcos de referencia distintos a nuestras
lógicas cotidianas y culturalmente condicionadas desde nuestra niñez. Ese puede
ser el punto de partida.
Es posible que este aprendizaje que hemos llamado encuentros
con platillos volantes y ocupantes se exprese a través de un lenguaje nuevo,
cargado de símbolos, errores y momentos de pura poesía absurda. Quizá, al
final, tanto la IA, el sueño como el ovni estén comunicándonos lo mismo:
que la realidad tiene más versiones de las que podemos concebir, y que la más sorprendente
de todas podría ser aquella que todavía no hemos aprendido a leer.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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