Bajo los claros infinitos del inconsciente colectivo yacen los vestigios de un mundo poblado por hadas, duendes, ángeles, demonios y apariciones marianas. Estas entidades, construidas a lo largo de milenios, funcionaban no solo como explicaciones simbólicas para lo inexplicable, sino también como mecanismos de control cultural, guía moral o simple consuelo ante lo desconocido. Nombraba lo inefable.
Sin embargo, a partir
del siglo XX, y especialmente tras 1947 estas figuras comenzaron a desvanecerse
del imaginario popular, siendo reemplazadas por un nuevo protagonista, el el
extraterrestre que descendía del reluciente platillo volante.
Desde la perspectiva de la Teoría de la Distorsión el
fenómeno OVNI no representa una realidad objetiva sino una manifestación
adaptativa de un "agente externo" que abraza la forma culturalmente
más creíble para cada época debido principalmente a su interacción con los
observadores. En la Edad Media se aparecía como vírgenes o ángeles; en la
Europa rural, como duendes o hadas; y en la era de la bomba atómica y los
viajes espaciales, como visitantes alienígenas.
En esta visión, los ovnis no solo sustituyen a los mitos
imperantes, sino que los distorsionan y reciclan, cambiando de rostro sin
abandonar el fondo. Se trata de un fenómeno metamórfico que se manifiesta de
forma distinta dependiendo del filtrado cultural propuesto por los testigos.
Donde antes un campesino veía un hada luminosa, hoy un abogado describe un
habitante de otro mundo. El canal de percepción cambia sus códigos
interpretativos, pero la sustancia del misterio permanece. ¿Cómo se explica
esto?
No se trata únicamente de un proceso cognitivo ligado al
nivel educativo o cultural de los testigos, aunque es cierto que hoy disponemos
de un mayor repertorio conceptual para describir lo inusual, algo impensable
siglos atrás. Pero hablamos de otro tipo más radical de filtrado cognitivo.
Lo que realmente estamos observando es un fenómeno que, en su
interacción psíquica con el testigo, parece adoptar formas comprensibles y
reconocibles según los códigos culturales del momento. Así, experiencias que
antaño se interpretaban como encuentros con seres sobrenaturales o místicos,
hoy se presentan bajo el ropaje de civilizaciones alienígenas.
Desde un enfoque sociológico, la sustitución de lo mítico por
lo extraterrestre también responde a los cambios en la epistemología colectiva.
La ciencia y la tecnología han desplazado a la religión y al mito como ejes de
interpretación de la realidad y sobre todo de las manifestaciones que no
comprendemos. En este nuevo orden, ya no tiene sentido hablar de “ángeles” o
“demonios”, porque esas categorías han perdido peso explicativo; en su lugar,
emerge el “platillo volante” o el “ufonauta”, figuras contemporáneas que
cumplen roles muy similares a los antiguos visionarios o profetas pero que se
ajustan mejor a un marco donde las supersticiones y creencias no encuentran
tantos asideros. Nuestra psique descarta de forma involuntaria roles pasados al
comprender que están desfasados y no encajan en nuestro mundo. Sin embargo,
cuando las creencias individuales lo permiten, esas viejas imágenes aún pueden
manifestarse con toda su fuerza simbólica, abriéndose paso desde lo profundo
del imaginario hacia nuestra realidad cotidiana.
Los extraterrestres que trajeron los OVNIs son el reflejo
moderno de nuestras expectativas e imaginería. Son las criaturas emergidas del
inconsciente colectivo, tanto como lo fueron los duendes para el aldeano de
hace siglos.
El alienígena no vino del espacio profundo, sino del fondo de
nuestra necesidad ancestral de interpretar lo desconocido. Los platillos
volantes no enterraron a las hadas, los ángeles o la Santa Compaña: los
transmutó. Allí donde antes hubo luces de brujas, ahora hay naves tecnológicas.
Donde hubo milagros, ahora hay ciencia extraterrestre. Y las apariciones
marianas, se convirtieron en encuentros del tercer tipo.
Aunque quizás lo más importante de todo este baile de nombres
y máscaras es que el fenómeno OVNI probablemente sea solo otra fase de una
larga conversación entre lo humano y lo inexplicado. La historia de este
fenómeno ancestral no termina: solo cambia de rostro.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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