domingo, 28 de septiembre de 2025

ATRAPADOS EN LA LITERALIDAD: LAS ARENAS MOVEDIZAS DE LA TEORIZACIÓN OVNI

 





Durante décadas, gran parte de la teorización sobre el fenómeno OVNI se ha cimentado sobre un terreno que se creía firme y a prueba de terremotos. Para muchos ufólogos, el análisis de los miles de incidentes registrados en todo el mundo ofrecía una interpretación aparentemente sencilla que indudablemente estaba asociada a una imagen diáfana y reveladora que no dejaba lugar a las dudas: estábamos ante máquinas físicas y tecnológicas, pilotadas por seres inteligentes que visitan nuestro planeta. Solo había que encajar esta premisa en la respuesta adecuada. Asumíamos como punto de partida que no eran humanos, por tanto se abría debate para buscar orígenes.

Y pronto se olvidó algo fundamental; los casos.

Se asumió que, al haber obtenido una visión de conjunto a partir de cientos de informes, ya no era necesario profundizar en los incidentes de manera individual, ni darle más vueltas al asunto. Incluso se pensaba que gran parte de la casuística obedecía a otras causas por lo que no merecía la pena perder el tiempo en los incidentes más bizarros.

La idea principal del fenómeno OVNI ya había sido captada mediante una traducción literal de los relatos más simples. Aunque en ese proceso había un riego considerable. Se perdía la riqueza de matices que ofrecían la mayoría de las experiencias y, en definitiva, la verdadera dimensión del fenómeno.

Por tanto, la conclusión de las naves y seres, tomada casi como palabra de ley para empezar a especular sobre el origen del fenómeno OVNI, podría ser un espejismo que ha limitado nuestra comprensión real de estas manifestaciones. Por lo que una gran cantidad de planteamientos sobre la naturaleza de los platillos volantes estaban erigidas sobre arenas movedizas.

Y es que la mayoría de las hipótesis —desde los extraterrestres llegados de sistemas estelares remotos, hasta las teorías sobre intraterrestres, seres interdimensionales, viajeros del tiempo o incluso descendientes de antiguas civilizaciones como la Atlántida— se han construido sobre una base inestable: interpretar, de forma literal, los avistamientos como evidencias de naves físicas y seres concretos. Y ojo: esto no significa negar la existencia del fenómeno OVNI, sino cuestionar la interpretación textual de sus manifestaciones, esa tendencia a dar por hecho que lo observado es necesariamente una realidad material, un objeto tangible presente del mismo modo en que lo está un avión o una montaña.

 ¿Y por qué deberíamos de dudar de la escenografía mostrada por los platillos volantes? Dirían algunos… ¿No parece claro a qué nos enfrentámos?

Las sospechas estaban más que justificadas. Muy justificadas.

La casuística OVNI, es decir, el conjunto de miles de reportes, testimonios, documentos y registros alrededor del mundo presenta un panorama mucho más complejo, desconcertante y, en muchos casos, incompatible con las interpretaciones tan literalistas que no contemplan que lo observado pueda ser un señuelo o una pantalla sensorial.

Quizás, más bien, estemos frente a un escenario que se nos presenta como real, pero que no corresponde del todo con una “realidad intrínseca”. En otras palabras, lo que observamos puede ser un montaje de la percepción en conjunción con un fenómeno desconocido, que no necesariamente implica máquinas ni visitantes con pasaporte galáctico. Quizás podría ser una pantalla sensorial.

No hay certezas, con los relatos de los testigos sobre la mesa, que los “objetos” o “seres” observados correspondan a una realidad objetivable. En estas 8 décadas de investigación persisten las dudas.

Si nos fijamos con atención, comprobaremos que los informes describen fenómenos que desafían nuestras nociones físicas y temporales: apariciones que se desvanecen sin dejar rastro, continuos cambios de forma, ausencia de uniformidad en las observaciones, grandes alteraciones perceptivas en los testigos y coincidencias con fenómenos psíquicos o parapsicológicos.

Y por si fuera poco, la conexión del fenómeno OVNI con otro tipo de manifestaciones extraordinarias, sobrenaturales, milagrosas o forteanas registradas a lo largo de la historia, que han adoptado mil y una máscaras —desde apariciones religiosas, encuentros con entidades sobrenaturales, luces en el cielo, hasta fenómenos vinculados al folclore ancestral— ofrece una perspectiva mucho más amplia en el contexto histórico. Estos paralelismos no solo muestran que no estamos ante un fenómeno exclusivamente moderno, sino que sugieren que sus manifestaciones se arrastran a través de los siglos, adaptándose culturalmente a cada época y sociedad, tomando la forma que mejor encaja con el marco de creencias del momento. Por ello, hay suficientes indicios para considerar que lo observado dista mucho de poder interpretarse de forma literal, y que su verdadera naturaleza podría resultar mucho más ambigua y compleja de lo que las explicaciones convencionales han estado dispuestas a admitir, al apoyarse únicamente en la apariencia de lo visible.

En definitiva, podría resumirse en la idea de que lo que percibimos con nuestros sentidos no corresponde exactamente con la realidad objetiva, sino que está alterado, filtrado o distorsionado de alguna manera.

En pocas palabras, esto implica que las teorías más difundidas sobre los OVNIs se han confeccionado a partir de la “pantalla sensorial” creada por la interacción de los testigos con el propio fenómeno; es decir, sobre la idea de que “algo” o “alguien” nos visita a bordo de supermáquinas físicas, hechas de tuercas y tornillos. Durante décadas, ese punto de vista mecanicista y tecnológico condicionó y sugestionó a la comunidad OVNI, orientando las interpretaciones hacia la idea de visitantes espaciales tangibles, mientras otras posibilidades quedaban relegadas o ignoradas.

Y es que bajo ese poderoso concepto, prácticamente cualquier hipótesis sobre su origen nos vale: naves de Orión, portales dimensionales, civilizaciones perdidas, humanos del futuro. Sin embargo, ninguna de estas conjeturas ha podido explicar de manera conveniente el contenido de los extravagantes archivos ufológicos más allá de esas primeras capas. 

Estas ideas sin profundidad alguna en la literatura ovni, de naves y entidades también ha favorecido que la teorización en torno al fenómeno alcance niveles muy curiosos. Desde este enfoque, se han interpretado las supuestas acciones y conductas de los presuntos ocupantes de los “platillos volantes” bajo prismas que responden más a nuestras propios sesgos culturales. Así, se habla de civilizaciones que mantienen “convenios cósmicos” para no interferir en el desarrollo de especies con menor evolución tecnológica o espiritual, de visitantes que estarían llevando a cabo experimentos genéticos con los seres humanos, de viajeros en el tiempo realizando estudios antropológicos o de entidades dimensionales que nos manipulan con fines oscuros. Sin embargo, todas estas narrativas no hacen más que proyectar sobre el fenómeno nuestros propios arquetipos y expectativas, reforzando una interpretación literal.

Lejos de acercarnos a la verdad, esta síntesis del fenómeno ha generado una maraña de interpretaciones donde la imaginación ha suplido a la evidencia.

Cuando se especula con tanta libertad sobre el posible comportamiento de los presuntos ocupantes de los OVNIs, proyectando sobre ellos nuestros estereotipos culturales, sociales e intelectuales, se termina levantando un andamiaje teórico cada vez más intrincado. Este armazón, basado en gruesas lecturas sobre los informes ufológicos, permite que surjan y se encadenen infinidad de ideas que se apoyan unas a otras, formando un enorme y completo edificio teórico. Por eso, quienes adoptan estas creencias encuentran cada vez más difícil cuestionarlas, simplemente porque un buen número de incidentes las contradiga. Esta dinámica explica por qué resulta tan complicado que nuevas tesis o enfoques ganen terreno: para aceptarlos, muchos deberían reconstruir por completo el entramado de ideas que han asumido, un vasto sistema de creencias que no solo atribuye al fenómeno una paternidad alienígena, interdimensional o ultraterrena, sino que además sostiene toda una narrativa que se extiende mucho más allá de esa etiqueta; desde experimentos genéticos, salvaguarda de la humanidad por hermanos cósmicos o incluso pérfidas entidades controladoras.

Incluso científicos e investigadores ajenos a la ufología, que ocasionalmente se han acercado al fenómeno para dar su opinión, han terminado elaborando análisis y teorías basadas en ese mismo concepto superficial. Y aunque su intención haya sido aportar un enfoque académico, suelen tropezar con la misma piedra. Añaden nuevas capas de confusión, reforzando la idea de que el fenómeno puede entenderse únicamente como “naves y seres”, cuando la casuística real sugiere un escenario mucho más etéreo y difuso.

Hoy día, un gran número de estudiosos plantean que tal vez el verdadero desafío sea despojarse de los viejos esquemas y analizar la casuística con una mirada fresca, que contemple dimensiones desconocidas de la realidad, fenómenos de la conciencia humana o incluso aspectos aún no comprendidos de la física y la percepción. Porque si algo ha demostrado el fenómeno OVNI, es su capacidad de desbordar nuestras categorías mentales y  plantar cara a las explicaciones simples. No en vano, después de más de siete décadas de investigación y debate, seguimos intentando aproximarnos a su verdadera naturaleza sin obtener avances concluyentes. El enigma OVNI no solo pulveriza nuestras explicaciones más simples, sino que nos obliga a replantearnos seriamente qué entendemos por realidad.

En definitiva, cualquier hipótesis que no parta de un análisis profundo y riguroso de la casuística ufológica, o buena parte de ella, quedará reducida a aproximaciones vagas, parciales y sesgadas, sin el sustento necesario ni la capacidad de contrastarse con los abundantes archivos y registros acumulados durante décadas.

 



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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