Durante décadas, gran parte de la teorización sobre el fenómeno OVNI se ha cimentado sobre un terreno que se creía firme y a prueba de terremotos. Para muchos ufólogos, el análisis de los miles de incidentes registrados en todo el mundo ofrecía una interpretación aparentemente sencilla que indudablemente estaba asociada a una imagen diáfana y reveladora que no dejaba lugar a las dudas: estábamos ante máquinas físicas y tecnológicas, pilotadas por seres inteligentes que visitan nuestro planeta. Solo había que encajar esta premisa en la respuesta adecuada. Asumíamos como punto de partida que no eran humanos, por tanto se abría debate para buscar orígenes.
Y pronto se olvidó algo fundamental; los casos.
Se asumió que, al haber obtenido una visión de conjunto a
partir de cientos de informes, ya no era necesario profundizar en los incidentes
de manera individual, ni darle más vueltas al asunto. Incluso se pensaba que
gran parte de la casuística obedecía a otras causas por lo que no merecía la
pena perder el tiempo en los incidentes más bizarros.
La idea principal del fenómeno OVNI ya había sido captada mediante
una traducción literal de los relatos más simples. Aunque en ese proceso había
un riego considerable. Se perdía la riqueza de matices que ofrecían la mayoría
de las experiencias y, en definitiva, la verdadera dimensión del fenómeno.
Por tanto, la conclusión de las naves y seres, tomada casi
como palabra de ley para empezar a especular sobre el origen del fenómeno OVNI,
podría ser un espejismo que ha limitado nuestra comprensión real de estas
manifestaciones. Por lo que una gran cantidad de planteamientos sobre la
naturaleza de los platillos volantes estaban erigidas sobre arenas movedizas.
Y es que la mayoría de las hipótesis —desde los
extraterrestres llegados de sistemas estelares remotos, hasta las teorías sobre
intraterrestres, seres interdimensionales, viajeros del tiempo o incluso
descendientes de antiguas civilizaciones como la Atlántida— se han construido
sobre una base inestable: interpretar, de forma literal, los avistamientos como
evidencias de naves físicas y seres concretos. Y ojo: esto no significa negar
la existencia del fenómeno OVNI, sino cuestionar la interpretación textual de
sus manifestaciones, esa tendencia a dar por hecho que lo observado es
necesariamente una realidad material, un objeto tangible presente del mismo
modo en que lo está un avión o una montaña.
¿Y por qué deberíamos
de dudar de la escenografía mostrada por los platillos volantes? Dirían
algunos… ¿No parece claro a qué nos enfrentámos?
Las sospechas estaban más que justificadas. Muy justificadas.
La casuística OVNI, es decir, el conjunto de miles de
reportes, testimonios, documentos y registros alrededor del mundo presenta un
panorama mucho más complejo, desconcertante y, en muchos casos, incompatible
con las interpretaciones tan literalistas que no contemplan que lo observado
pueda ser un señuelo o una pantalla sensorial.
Quizás, más bien, estemos frente a un escenario que se nos
presenta como real, pero que no corresponde del todo con una “realidad
intrínseca”. En otras palabras, lo que observamos puede ser un montaje de la
percepción en conjunción con un fenómeno desconocido, que no necesariamente
implica máquinas ni visitantes con pasaporte galáctico. Quizás podría ser una
pantalla sensorial.
No hay certezas, con los relatos de los testigos sobre la
mesa, que los “objetos” o “seres” observados correspondan a una realidad
objetivable. En estas 8 décadas de investigación persisten las dudas.
Si nos fijamos con atención, comprobaremos que los informes
describen fenómenos que desafían nuestras nociones físicas y temporales:
apariciones que se desvanecen sin dejar rastro, continuos cambios de forma, ausencia
de uniformidad en las observaciones, grandes alteraciones perceptivas en los
testigos y coincidencias con fenómenos psíquicos o parapsicológicos.
Y por si fuera poco, la conexión del fenómeno OVNI con otro
tipo de manifestaciones extraordinarias, sobrenaturales, milagrosas o forteanas
registradas a lo largo de la historia, que han adoptado mil y una máscaras
—desde apariciones religiosas, encuentros con entidades sobrenaturales, luces
en el cielo, hasta fenómenos vinculados al folclore ancestral— ofrece una
perspectiva mucho más amplia en el contexto histórico. Estos paralelismos no
solo muestran que no estamos ante un fenómeno exclusivamente moderno, sino que
sugieren que sus manifestaciones se arrastran a través de los siglos, adaptándose
culturalmente a cada época y sociedad, tomando la forma que mejor encaja con el
marco de creencias del momento. Por ello, hay suficientes indicios para
considerar que lo observado dista mucho de poder interpretarse de forma
literal, y que su verdadera naturaleza podría resultar mucho más ambigua y
compleja de lo que las explicaciones convencionales han estado dispuestas a
admitir, al apoyarse únicamente en la apariencia de lo visible.
En definitiva, podría resumirse en la idea de que lo que
percibimos con nuestros sentidos no corresponde exactamente con la realidad
objetiva, sino que está alterado, filtrado o distorsionado de alguna manera.
En pocas palabras, esto implica que las teorías más
difundidas sobre los OVNIs se han confeccionado a partir de la “pantalla
sensorial” creada por la interacción de los testigos con el propio fenómeno; es
decir, sobre la idea de que “algo” o “alguien” nos visita a bordo de
supermáquinas físicas, hechas de tuercas y tornillos. Durante décadas, ese punto
de vista mecanicista y tecnológico condicionó y sugestionó a la comunidad OVNI,
orientando las interpretaciones hacia la idea de visitantes espaciales tangibles,
mientras otras posibilidades quedaban relegadas o ignoradas.
Y es que bajo ese poderoso concepto, prácticamente cualquier
hipótesis sobre su origen nos vale: naves de Orión, portales dimensionales,
civilizaciones perdidas, humanos del futuro. Sin embargo, ninguna de estas
conjeturas ha podido explicar de manera conveniente el contenido de los extravagantes
archivos ufológicos más allá de esas primeras capas.
Estas ideas sin profundidad alguna en la literatura ovni, de
naves y entidades también ha favorecido que la teorización en torno al fenómeno
alcance niveles muy curiosos. Desde este enfoque, se han interpretado las
supuestas acciones y conductas de los presuntos ocupantes de los “platillos
volantes” bajo prismas que responden más a nuestras propios sesgos culturales.
Así, se habla de civilizaciones que mantienen “convenios cósmicos” para no
interferir en el desarrollo de especies con menor evolución tecnológica o espiritual,
de visitantes que estarían llevando a cabo experimentos genéticos con los seres
humanos, de viajeros en el tiempo realizando estudios antropológicos o de
entidades dimensionales que nos manipulan con fines oscuros. Sin embargo, todas
estas narrativas no hacen más que proyectar sobre el fenómeno nuestros propios
arquetipos y expectativas, reforzando una interpretación literal.
Lejos de acercarnos a la verdad, esta síntesis del fenómeno ha
generado una maraña de interpretaciones donde la imaginación ha suplido a la
evidencia.
Cuando se especula con tanta libertad sobre el posible
comportamiento de los presuntos ocupantes de los OVNIs, proyectando sobre ellos
nuestros estereotipos culturales, sociales e intelectuales, se termina
levantando un andamiaje teórico cada vez más intrincado. Este armazón, basado
en gruesas lecturas sobre los informes ufológicos, permite que surjan y se
encadenen infinidad de ideas que se apoyan unas a otras, formando un enorme y
completo edificio teórico. Por eso, quienes adoptan estas creencias encuentran
cada vez más difícil cuestionarlas, simplemente porque un buen número de
incidentes las contradiga. Esta dinámica explica por qué resulta tan complicado
que nuevas tesis o enfoques ganen terreno: para aceptarlos, muchos deberían
reconstruir por completo el entramado de ideas que han asumido, un vasto
sistema de creencias que no solo atribuye al fenómeno una paternidad
alienígena, interdimensional o ultraterrena, sino que además sostiene toda una
narrativa que se extiende mucho más allá de esa etiqueta; desde experimentos
genéticos, salvaguarda de la humanidad por hermanos cósmicos o incluso pérfidas
entidades controladoras.
Incluso científicos e investigadores ajenos a la ufología,
que ocasionalmente se han acercado al fenómeno para dar su opinión, han
terminado elaborando análisis y teorías basadas en ese mismo concepto superficial.
Y aunque su intención haya sido aportar un enfoque académico, suelen tropezar
con la misma piedra. Añaden nuevas capas de confusión, reforzando la idea de
que el fenómeno puede entenderse únicamente como “naves y seres”, cuando la
casuística real sugiere un escenario mucho más etéreo y difuso.
Hoy día, un gran número de estudiosos plantean que tal vez el
verdadero desafío sea despojarse de los viejos esquemas y analizar la
casuística con una mirada fresca, que contemple dimensiones desconocidas de la
realidad, fenómenos de la conciencia humana o incluso aspectos aún no
comprendidos de la física y la percepción. Porque si algo ha demostrado el
fenómeno OVNI, es su capacidad de desbordar nuestras categorías mentales y plantar cara a las explicaciones simples. No
en vano, después de más de siete décadas de investigación y debate, seguimos
intentando aproximarnos a su verdadera naturaleza sin obtener avances
concluyentes. El enigma OVNI no solo pulveriza nuestras explicaciones más
simples, sino que nos obliga a replantearnos seriamente qué entendemos por
realidad.
En definitiva, cualquier hipótesis que no parta de un
análisis profundo y riguroso de la casuística ufológica, o buena parte de ella,
quedará reducida a aproximaciones vagas, parciales y sesgadas, sin el sustento
necesario ni la capacidad de contrastarse con los abundantes archivos y
registros acumulados durante décadas.
Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.
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