Desde hace décadas numerosos investigadores creen que el
fenómeno OVNI se parapeta detrás de un excelso camuflaje para engañar y
manipular a los testigos con fines y propósitos que no comprendemos. Lo hizo
hace siglos con las manifestaciones de hadas, duendes, criaturas sobrenaturales
y apariciones marianas, y en pleno siglo XX logró mimetizarse bajo la etiqueta
de visitantes extraterrestres. Pero; ¿estamos ante un fenómeno inteligente que
elige a la perfección su rol para presentarte a los humanos? o ¿por el
contrario estamos ante un desconcertante paradigma cognitivo que evidentemente
se muestra con "disfraces" socioculturales presentes en cada época de
su actuación?
Que todas la apariciones de entidades extrañas que a lo largo
del tiempo han interactuado con el ser humano hayan sido tan eximias y "engañosas"
en sus comunicaciones, y que hayan ofrecido tan pocas pruebas sobre su
existencia, es un indicio muy interesante, y a tener muy en cuenta, de que
todas estas insólitas manifestaciones puedan tener un mismo y único origen y
sobre todo una incidencia directa sobre la psique de los testigos, lo que
indicaría que lo que observamos no existe independientemente de los observadores,
al menos en el resultado final de la manifestación que aparece ante nuestros
ojos. Por lo que habría que distinguir en primer lugar entre el fenómeno (en
origen), y lo manifestado frente a los testigos (los incidentes), que
probablemente sean dos cosas bien distintas, como lo puedan ser el artista (la
persona) de su obra pictórica (los cuadros).
Que el contenido de todas estas manifestaciones tenga un
trasfondo tan humano (perfectamente reconocible), tanto en lo visual como en lo
narrativo, es otra clave que nos indica la participación encubierta de la
psique de los testigos en la conformación de las experiencias, ayudando a su
elaboración de forma inconsciente. A casi nadie se le escapa el hecho de
que los ufonautas tengan un guardarropa tan parecido al nuestro o que incluso
tengan ordenadores, palancas o barandillas idénticas a las nuestras.
Además, es muy posible que la dificultad para documentar
estos fenómenos tenga que ver con su naturaleza ambigua, situada a medio camino
entre lo psíquico y lo físico. Eso hace que sea complicado obtener pruebas
abundantes, incluso cuando su presencia se siente totalmente “real” e
incuestionable para quienes la experimentan. Pero esto no significa que el
fenómeno sea ilusorio ni que no pueda irrumpir en nuestra realidad de manera
tangible, provocando efectos físicos y fisiológicos. Más bien actúa de un modo
distinto a todo lo que conocemos, aunque sus consecuencias, a ojos del testigo,
resulten tan reales como las de cualquier suceso ordinario. Quizá ahí, en esa
extraña forma de manifestarse, esté una de las claves para comprender el
paradigma OVNI.
¿Son los OVNIS un fenómeno cuya naturaleza escapa de los
limites convencionales de nuestra dimensión cognitiva? No me refiero a una
naturaleza interdimensional tal y como la defienden y conciben muchos
estudiosos desde hace años, con entidades saltando a través de portales, sino
que el fenómeno OVNI procede de zonas remotas a las que puede acceder nuestra
mente en determinados estados de conciencia, independientemente que lo
manifestado en esta exploración de una nueva “realidad” pueda hacerse
momentáneamente visible y tangible en nuestra dimensión. Y es por la
participación de nuestra psique que el contenido de todos los encuentros con
seres y entidades tienen enormes implicaciones culturales humanas y aspectos sumamente
absurdos y caóticos, como los ofrecidos por el universo de los sueños o, por
ejemplo, incluso los trastornos mentales y los estados febriles. Pero esto no
quiere decir, que los OVNIS sean algo estrictamente mental (entendido esto como
algo irreal o ilusorio), sino todo lo contrario, pero es muy probable que su
naturaleza pueda estar más cerca de la "materia" que componen
nuestros sueños que a una chapa o tornillos de metal. Esto no resta ni
misterio, ni extrañeza al paradigma, tan solo redirige la atención hacia otros
aspectos más desconocidos y considerados sin importancia hasta la fecha.
Siempre hemos pensado que lo material, lo tangible, lo medible, lo
cuantificable, solo aquello que podemos meter en una probeta de laboratorio o
tocar, es lo auténticamente real e incuestionable. Pero probablemente los
encuentros con ovnis y otros hechos forteanos señalan en otra dirección.
Quizá exista otra forma de explorar el universo distinta de
la estrictamente científica que hemos adoptado como única vía válida para
entender lo que nos rodea. La presencia de los OVNIs y de otras anomalías
similares sugiere algo inquietante e interesante a la vez: que la psique humana
no es un simple producto biológico del cerebro, sino una puerta capaz de
acceder a más información del universo de la que nos llega por los sentidos
habituales. En ese estado ampliado, la conciencia parece interactuar con un
fenómeno que muestra un comportamiento inteligente y que se nos presenta
mediante una “escenografía” extremadamente flexible, moldeada en parte por
nuestra propia participación. Y, a su vez, esa interacción encubierta de los
testigos parece activar capacidades latentes dentro de nosotros.
Nos encontramos, por tanto, ante una manifestación que se
mueve en una extraña dualidad entre lo psíquico y lo físico, lo que explica por
qué resulta tan difícil obtener respuestas mediante los métodos convencionales.
Solo cambiando la forma en que nos acercamos al fenómeno podremos aspirar a
comprenderlo. Y quizá debamos aceptar que su dimensión física, tan valorada por
muchos, podría no ser un atributo esencial del fenómeno, sino simplemente un
efecto secundario de cómo este interactúa con nuestra psique dentro de nuestro
entorno.
Ya que los OVNIs, en definitiva, serían porciones de una
realidad que se “inserta” dentro de la nuestra, más estable y ordenada. Una
realidad cargada de información sobre nosotros mismos y el universo que no
termina de llegar hasta nosotros con claridad debido a las interferencias
sensoriales. Esa traducción imperfecta es la que, a lo largo de la historia,
hemos nombrado de mil maneras: OVNIs, daimones, ángeles, dioses… y extraterrestres…
Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.

(1;1) ¡Hola!
ResponderEliminarMorir y equivocarse requiere de una consciencia y cuerpo ideal, totalmente necesario para comprender el contraste de los extremos entre presencia y la sensación de ausencia, como en el amor. ¿Puede morir el amor?
Y al final lo que muere es la apariencia.
Las apariencias juegan en la interpretación de ambas. ¡Y voilà!
Obtenemos una dualidad (presencia;ausencia) (1;0) simbolizado en las modulaciones del sueño y la vigilia, considerados en una secuencia cuando son continuas y presentes. El cúmulo de información obtenido se establece como ley, saber y creencia. Y es el muro de los lamentos entre dominadores y dominados en un juego bipolar.
De la misma mecánica surgen las soluciones para volver a la unidad, es la fusión, equilibrio medio y reversión o vuelta a casa.
La separación es la ilusión, no hay nada que unir.
El ostracismo es la dispersión y confusión de los fragmentos hasta construir el olvido, sin embargo, en cada fragmento subyace la estructura de la apariencia y la estructura primigenia que le da entidad de existencia y verdad.
El fenómeno es el resultado de la orfandad lógica de consciencia a consecuencia del trauma de separación, un circuito cerrado entre el pasado, simbolizado en lo intraterreno, que reclama por la separación de lo natural como esencial, y la promesa del rencuentro en el futuro de lo celestial, en la trascendencia, con la mirada del artificio tecnológico y lógicamente extraordinario que identifica la naturaleza de nuestro poder.
Por lo cual la evolución del fenómeno es sucedáneo de un proceso natural que puede ser considerado a veces patológico, por la incidencia de los defectos perpetrados como virtudes. Básicamente es la confusión entre lo que es y lo aparente, construido con ficciones, es decir, con la palabra.
Sumergirse en una ficción, implica ser llevado a dónde está programado ir. Es decir, el cliente se convierte en un objeto de ficción atraído por la verdad primigenia tras la apariencia, es movido por su propia consciencia, una responsabilidad ilusoriamente terciarizada.
Si el mundo descubriera su verdad, nuestra verdad, no quedaría ninguna institución en pie. Todo sería a otro nivel. Tenemos todo, y el sufrimiento está demás. Pero mientras el observador se encuentre dentro del circuito, el bucle seguirá con innumerables variantes de carencia, apariencias de apariencias, ficciones de ficciones, interpretaciones de interpretaciones, solapadas en una búsqueda y encuentro infructuoso que pide más y más, resolviendo cada fragmento para poder avanzar. Y no hay verdad que venga bien.
Por lo cual al final de cuentas es un tema comunicativo. En la confusión sólo puede haber descomunicación.
Pasar de lo complejo a lo simple es un salto al abismo que da mucha impresión, en especial por el afecto al estado de orfandad.
Una vez fuera del circuito se puede comprender su mecánica, que es férrea por una razón lógica de contener la locura.
Además seria insoportable estar en todas las interrelaciones virtuales y físicas decidiendo se debe hacer, hacia dónde, quiénes, con qué, etc.. Por fortuna tenemos las manos libres. Es perfecto.
Ante la pregunta de por qué no nos avisa cuando algo no va bien, que fije su atención nuevamente en las señales de caída de tensión de la consciencia. Son inequivocas. No se deje caer, no se crea el cuento, vuelva a sí. Desobedezca y ejerza su poder sobre la ficción y el teatro. No implique a la persona, más si es familiar, sólo desactive el patrón.
Ésto requiere el uso de la creatividad que se encuentra supeditada a una cadena de mando. Al salir, estará desafectado.
Que la experiencia sea extraordinaria no implica un grado de importancia mayor que en una ordinaria.
El viajero siempre está presente en todas las circunstancias.